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Leer la novela online o pdfs: El Flaco Así Comenzó.

Autor Javier R. Cinacchi


Autor Javier R. Cinacchi, 2021 algunos derechos reservados; ver en el pdf del cuento / novela los permisos de difusión. Si tienes una editorial puedes imprimir el libro gratis sin variar nada de la novela, incluye el nombre del autor en cada página.
Es la página aprox. 51 del libro.
(Por si entraste por acá, comienza aquí: Novela corta de fantasía.)
Capitulo 6: La hija del Padre principal

En cuanto comprobó que estaban bien encerrados, y vio a los habitantes de la casa, indefensos, y sin ganas de atacarlo a él. Miró que su ahora cautiva había dejado de forcejear. La sentó contra la pared, la miró, ella lo miraba, y le pareció a él la mujer más hermosa del mundo. Se le escapó una leve sonrisa. Y como le pareció que no gritaría, le sacó la mordaza.
– ¿Disculpe porqué me tiene atada? –Dijo ella confusa.
– Soy un caballero puro –Dijo él, sintiendo fuego en su pecho. Y dándose un cargo que oficialmente aún no tenía. Ella le miró el brazo; él añadió.
– No soy un caído, es que peleamos duro y me quedé sin vendas.
Ella comenzó a retorcerse incómoda. Él sintió paz, y que algún tipo de virtud estaba saliendo de él, e influenciándola a ella.
– Comprendo, pero estoy mal –dijo, y añadió–. ¿Me diste de beber infusión de libertad no? ¿La azul, o la de Lubia?
El Flaco, que apenas sabía que existía un solo tipo de ese remedio; o lo que sea, se limitó a decir.
– ¿Estás conmigo? ¿Me seguirás al menos?
– ¿Eres nuevo verdad? –Le respondió ella, y continúo diciendo:– No importa, pero recuerda; que en mi estado, puedo volver a la oscuridad de repente, o perder la consciencia, o cualquier cosa.
– ¿Puedes ahora ponerte en pie y seguirme?
– Sí, señor –añadió con una sonrisa que duró lo que dura un relámpago–. Y gracias. No dije nada de nuestros secretos, sépalo.
El flaco miró al hombre de la casa, y le dijo.
– Dame vino, y abre la puerta.
La hija del padre principal, líder religioso zonal de Ciudad de Tinkentou, se llama Soltrina; y con el poco razonamiento que tenía, estaba luchando en su interior. Mientras veía a su teórico libertador destrozado, y al pobre padre de familia proceder con sus instrucciones de buscar vino...

Es la página 52 del libro.
–“Sí –piensa en voz alta Soltrina–. Recuerdo que soy cautiva, pero ¿es un caballero puro? Un aprendiz nunca llegaría hasta aquí vivo o libre... No tiene la armadura reglamentaria... Aunque sí el símbolo en el bolcito –El Flaco la escucha y la mira–... ¿Y pide vino, y no agua después de todas las sustancias que quizás ingirió, o ingerirá?”

Siguen en movimiento, ocultándose lo que pueden; sin desatarle a ella las manos, atadas a su vez a la cintura. Él le ofreció vino, ella le dijo “¿Estás loco?”. A los trecientos metros. Dice Soltrina.
– Quiero orinar, es por lo que me distes.
El Flaco miró hacia arriba, como diciendo “¿Dios, qué hice para merecerme esto?” En todo momento la tenía a ella, de las sogas, de su manos. Le Respondió.
– ¡Estamos escapando aguanta!
– Yo creo que ya no hay soldados o asesinos. ¿Y mataron a los brujos? O nos dañarán la cordura. Ya para – Y añadió, mirándolo–. Desátame las manos.
El Flaco, estando lo suficientemente cuerdo, le tapó la boca nuevamente, no sea que de repente, alertara a guardias si es que quedan. Ella hizo gestos como que sí quería orinar, y en su interior dudaba de las capacidades de su libertador. Él le preguntó.
– ¿Te bajo los pantalones?
Ella lo pensó un instantes: “¿Qué otra me queda?” Y afirmó que sí con un movimiento de la cabeza, y él mirándola a los ojos comenzó a desabrocharle, y bajarle el pantalón. Ella se agachó, e hizo su necesidad, sonriéndose levemente, mientras se escuchaba un sonido de un chorro de líquido, golpear contra la piedra y tierra de la cueva, un tiempo considerable se escuchó tal ruidito. Pareció que intentó suspirar debajo de la mordaza que tenía puesta.


Es la página 53 del libro.
El Flaco, cuando dejó de escuchar, dirigió una mirada hacia abajo, y disfrutó de unos segundos mientras le subía la ropa, y se la acomodaba con una sonrisa. Ella se quejó.
– ¡Humm!
– Bueno si quieres de nuevo, yo encantado.

Siguieron. Él se dio cuenta que estaba perdido, y demasiado estúpido. Ella de vez en cuando hacía gestos como si recibiera pinchazos en el cuerpo. Se la veía tensa. Y él... Él, apenas podía seguir en pie, pese a todo lo que había consumido. Comenzaba a sentir dolores por todos lados, e incluso a costarle mover las piernas, que las sentía duras; y se le cerraban los ojos de cansancio, y le ardían. Se comenzó a sentir realmente mal. Ya los efectos de todo lo que se había tomado se estaban agotando. En cuanto se dio cuenta, se había bajado toda la botella de vino, sentía dolor de cabeza, estómago; y como si estuviera en una pesadilla.
Estuvieron dando vueltas y escondiéndose, con El flaco como paranoico y transpirando. Soltrina, lo frena, hace señas que quiere hablar. No le presta atención: “Vamos, sigamos”, ella insiste. No se mueve. El flaco, se da cuenta que ya no tiene fuerzas ni para obligarla a caminar. Le baja la mordaza, resignado a escucharla.
– Quiero orinar. Y ahora que lo pienso ¿Porqué estás solo?
– No me importa, hacete encima. Afuera nos esperan, suponíamos eran muchos menos.
– ¿Mataron al brujo? Sino hace horas nos debe estar agobiando, y creo que está haciendo bien su trabajo contigo.
Le pone la mordaza de nuevo de mala gana, se nota por primera vez que está fastidiado, enojado, y la trata, aunque de forma poco perceptible por él, mal. Ella porque es mujer, se da cuenta. Hace una negación con la cabeza, forcejea, se resigna, y hace señas como que quiere orinar. Ya no confía en él... a ver si los terminan matando por su culpa. A él solo le importa salir del infierno en que se encuentran, porque se siente fatal, peor aún, oprimido en el cuerpo y alma, y está perdiendo la fe en todo lo bueno ¿Por causa de un brujo? Para él por causa de la situación. No soporta más estar allí.

Es la página 54 del libro.
Ella le pega un cabezazo que lo tira al suelo. Se comienza a refregar la cuerda que la ata a una piedra. Ve que se acerca alguien.
El Flaco está tirado en el piso, como muy afectado de enfermedad. Está consciente, aunque con más ganas de quedarse ahí tirado que de pelear, y ya casi la siente inalcanzable, como atrapar a una paloma con las manos a dos metros de distancia. Soltrina va al encuentro del extraño, quien le saca la mordaza, y la ayuda a desatarse, y lo despide dándole las gracias.
Mira al Flaco, que se le cierran los ojos, y los abre lentamente, y se le vuelven a cerrar. Está bien flaco y sucio, sin un gramo de grasa, aunque con todos los músculos bien marcados, y predominantes, ella piensa: “Es lindo e interesante, y le doy unos 29 años. Y sí, no sé cómo lo logró, pero debe ser un puro, un extraño caballero puro”. Se baja los pantalones y orina de nuevo al lado de él, y lo salpica, apropósito, con orina y barro, con una leve sonrisita de maldad. Y él... la llega a ver, y no piensa nada, o mejor dicho, su pensamiento es “a ver que hace”.
Le saca las armas, él apenas intenta retenerlas, y se las pone ella. Cuando en ese momento lo toca, es como si les diera electricidad mutuamente. Lo vuelve a mirar... Lo toca varias veces como quien toca una olla, sacada del fuego, a ver si está caliente o no. Intenta agarrarlo para llevarlo, apoyado en su hombro. Siente incomodidad. Y El Flaco, apenas puede estar en pie, y si va a pelear es porque sea de vida o muerte, y si le da su instinto de supervivencia, más fuerzas que su impuesto cansancio.
Ella mira en su bolcito a ver qué tiene, le revuelve, mientras lo ayuda a moverse. Mira qué es el otro frasquito rojo que tiene en el cuello aunque suponía lo que era, ve que es uno de los rojos, y le da un trago.
– ¡Vamos! Conozco bien las salidas. Me toca ayudarte a ti estimado. A ver si encuentro por donde entraron.




Es la página 55 del libro.
El Flaco la mira a los ojos cuando ella le habla, y él ya no quiere ni decir algo. Y apenas precavida lo lleva trabajosamente a la salida. Le pregunta a un campesino, que estaba robando suministros, como si nada:
– ¿Sabes por qué puerta entraron? ¿Y si hay enemigos allí?
– Se sabe que atacaron por la del río, y algunos se fueron por allí sin que nadie se lo impida, incluso antes de que entren.
– Gracias...
Prosiguió el camino. De vez en cuando se cruzó con campesinos y trabajadores, algún estudioso, y un aprendiz de guerrero con las armas listas. Este le da voz de alto:
– ¡Hey tú! ¡Qué haces!
– ¡Me escapo estúpido!
– ¿De dónde salió ese que llevas?
Soltrina, realmente no estaba escapando como quien se escapa. Estaba prácticamente moviéndose como quien sale de su casa... Recién ahí pensó: “Si agarro ahora mis armas, este que ya las tiene en la mano, tal vez sea más rápido”.
– ¡Quieta! –Le dice, y la apunta con el arco.
– ¿Enserio quieres pelear contra mi estúpido? No vez que estoy marcada, y este es mi novio...
Ella nota que no le cree. El joven aprendiz de los endemoniados, los mira e iba a decir algo:
– Tiene...
Soltrina se tira al piso, y como que lo empuja a El Flaco, para que caiga sentado, este apenas si reacciona, y las armas las tenía ella. Le repercute en todo el cuerpo el golpe que se da en el trasero. Igual, llega a acariciar una daga con su mano, listo por si acaso. Pero Soltrina, mientras el otro trataba de apuntarle, va moviéndose de aquí para allá, con su espada ya desenfundada, y su vista clavada en el enemigo, avanzó a su encuentro. El enemigo tira su flechazo, que no da en el blanco, saca su espada, e intercepta el golpe de Soltrina; pero Soltrina pega otro, y otro, y otro golpe, hasta que sí, da en el blanco.
El Flaco, aunque todo doblado, se había puesto de pie, y tenía la daga en la mano. Ella lo mira, se le acerca con desconfianza.

Es la página 56 del libro.
– Sigamos. Y baja esa daga antes que te la quite.
Lo hizo. Le dio el arco con las flechas a él, y se quedó con la espada. Él comienza a ver nublado, y calcula mal hasta a las piedras que esquiva, no porque esté viendo medio mal, sino porque el cuerpo no le responde bien.
Y llegaron cansados, ella por prácticamente estar cargando a su héroe hasta la salida. Donde antes, habían estado montadas las últimas defensas del lugar, porque las que los puros atraparon, les habían tendido una trampa donde se suponía que los iban a acorralar, ya que entre ellos habían hecho correr la voz de tal plan, entre todos los vigías que los rodeaban. Soltrina es una guerrera, con buena musculatura, aunque bien femenina, de unos veinte y un años. Tiene su resistencia, pero no la tenían bien ahí donde estaba. Hasta último momento la hicieron entrenar, como si nada estuviera pasando, a ella y a cuatro más, como suelen decir: “Los trabajadores trabajan, los sabios estudian, y los guerreros pelean o entrenan”. Su entrenador, sí se había unido a la pelea; y había dejado al alumno más avanzado a cargo para que no estén ociosos. Así son los endemoniados, así se entrenan. Y si no lo hubieran hecho, y el entrenador llegaba... Los iba a hacer entrenar hasta desfallecer.

Están por salir al sector de la última defensa, donde había peleado Tornado y El Flaco. Lentamente llegan al portón, miran, hay muertos y agonizantes, pero no se ve a nadie con actitud de querer frenarlos. Soltrina mira al Flaco, ve que está más muerto que vivo, le saca el arco y las flechas, para usarlo ella; enfunda la espada. Le da otro pequeño traguito del remedio rojo y le dice.
– Que el Creador te ayude, aguanta.
Al Flaco bastó que escuchara a alguien deseándole “que El Creador lo ayude”, para que un poco vida le recorriera con algo de fuerza el interior. Ella lo continuó ayudando a que avance, entre los restos de la batalla, aunque notó que algo se enderezó. No había ningún caballero puro, salvo al teórico que ayudaba, a que esté en pie. Afuera es de día.

Es la página 57 del libro.
Avanzaron unos cincuenta metros fuera del lugar, ella decidió subir la montaña, porque no lograba entender aún la situación actual, y su instinto le decía que se escondieran, y que arriba estaría mas oculta que en el bosque.
Pero El Flaco reaccionó. Aunque le estallaba la cabeza, y le dolía todo; se paró en medio del camino mirando todo a su alrededor, y sabiendo que había que ir hacia abajo, pero desorientado en su cabeza, y de la claridad del sol viendo mal, vio a Soltrina; a sus ojos, tatuajes, ropa, y pensó que era un enemigo, buscó sus armas, no las tenía, solo una daga. Como si estuviera viviendo en medio de una pesadilla, gritó y avanzó sobre ella, lanzando en semi círculo horizontal un golpe con la daga, bien fuerte como para cortarla a ella en dos. Ella lo esquiva.
–¡Hey espera! Soy tu amiga. ¿Te volviste loco? ¡Soy yo la que debería estar confundida!
Y El Flaco intentó darle pelea, más ágil de lo que se esperaba, encontró el equilibrio en sus dos piernas, y viendo todo nublado en su mente; pese, calculó todo el combate, y comenzó a lanzarle golpes con la daga, que Soltrina interceptaba con la espada. Y El flaco, mediante un movimiento rápido logró trabarle la espada, y recorriéndola con su daga buscó cortarle la mano. Ella reconoció la maniobra, dio un salto atrás, y se paró firme sin soltar la espada. Miró al Flaco y estaba medio arqueado, confundido, como una estatua, tratando de mantenerse en pie. Y ella también estaba mal, confundida, al mismo tiempo sintió odio y amor por él. Pero su instrucción de caballero puro, aún algo la acompañaba.
Escuchó sonidos, y vio acercarse a un caballero puro, más aún, le resultó conocido, era Gawain. Sin embargo ella se sintió tremendamente amenazada, con ganas de tirarle algo, y alejarse. Al verla él tiro su espada, le dijo.
– Tranquila, sé que eres Soltrina, hija de Usher, del monasterio de Tinkentou –levantó los brazos hacia el cielo, y añadió gritando– ¡Paz y luz a ti hija del Creador!

Es la página 58-59 del libro.
Soltrina, cayó a tierra como convulsionada. Miró a su compañero de guerra, que seguía haciendo fuerza para no caerse, todo ensangrentado y sucio, como si quisiera por instinto seguir peleando, aunque sea contra el aire que lo rodea. Gawain tomó su espada, y de un golpe le quitó con esta la daga al Flaco, y lo abrazo.
– Tranquilo amigo mio ¿Cuántas cosas te tomaste, o cuántos maleficios te hicieron en la penumbra?
Y vio que no reaccionó. Y miraba asustado, con mirada perdida, de nuevo levantó sus brazos y dijo fuerte.
– ¡Paz y luz a ti hijo del Creador!
El Flaco hizo como si le diera un gran escalofrío, y algo lo empujara hacia atrás.
– ¡Mierda que estoy mal! ¡Qué carajos! –Miró a Soltrina tirada, agarrándose el pecho, y el corazón le latió muy fuerte de pánico– ¿Qué hice?
– Descuida –le dice Gawain tocándole suavemente un hombro–, se cayó por el poder. Está bien.
– Tornado ¿Vive?
– Sí amigo, estamos todos agotados y heridos; pero vivimos.

Y los agarró como pudo, a uno y otra; uno debajo de cada brazo, y fueron rumbo al refugio que habían improvisado. Donde estaban aún los caballos, gritó.
– ¡El que pueda venga a ayudar a heridos!
Albano tomando fuerzas de donde ya no las tenía, y como estaba de vigilante fue a ayudarlos. El Flaco se deshacía, y ella sentía como un peso en todo su cuerpo, y tremenda incomodidad, como si se quemara sin fuego, por causa de estar ante dos caballeros puros. No lo estaba pasando bien, por causa de la oscuridad que la perseguía.
Ya en el refugio, a ella por precaución, tuvieron que atarle las manos, y al Flaco atarle las manos y los pies. Pues estaba como delirando y quería a cada rato ponerse en pie, y seguir peleando. Todos estaban hechos mierda. Tornado habla lo que ya sabían sus cuatro compañeros:
– Amigos míos. Debemos movilizarnos. No podremos resistir aquí otro combate. Si los endemoniados se organizan y nos atacan, estaremos muertos. ¡Pero Gracias Creador! ¡Cómo me alegro de que seamos siete! Y así sigamos...

Les revisaron las heridas al compañero. A ella le obligaron a tomar una infusión para tranquilizarla, y a él le dieron una con analgésico, antibiótico, y desintoxicarte... Tornado solo tenía heridas menores, pero como síntoma de la batalla, y haber bebido la poción roja, apenas tenia fuerzas para cargar con su armadura. El Flaco se había tomado una y media... Bennett tenía una herida grave en la pierna, junto a otras menores que por ahora no le permitían pelear más. En resumen solo quedan tres caballeros en pie con la facultad de poder combatir algo: Albano, Gawain, y Allard, que tenía un herida en el hombro izquierdo, pero podría decirse que aún podía combatir algo de ser necesario. El Flaco estaba insoportable, como si no pudiera salir de una pesadilla tremenda, lo tenían que atar, porque era capaz de atacarlos a ellos. Después los reconocía, y parecía que se dormía de angustia, o desmayo. De vez en cuando él y Soltrina se miraban largamente, como si encontraran algo de paz en esa conexión.


Capitulo 7: Novela corta.



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