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Novela corta de fantasía aventuras y amor.

Autor Javier R. Cinacchi


Autor Javier R. Cinacchi, 2021-2022 algunos derechos reservados; ver en el pdf del cuento / novela los permisos de difusión. Si tienes una editorial puedes imprimir el libro gratis sin variar nada de la novela, incluye el nombre del autor en cada página.
Es la página aprox. 41 del libro.
(Por si entraste por acá, comienza aquí: Novela corta de fantasía.)
Capitulo 5: En el asentamiento de los endemoniados.

Se taparon nuevamente la cara con los metales. Dan un paso hacia adelante, y sale una anciana con un niño. Diciendo.
– Perdón, perdón, piedad... Nos vamos antes que comiencen. Gracias, gracias, piedad señores...

Y cuando vieron de adentro, que no les hacían nada a los que salieron, que no los bajaron de un flechazo. Comenzaron a salir ancianos, mujeres y niños; lentamente, apenas con algunos bultos; personas asustadas, y no tenían ni tatuajes, ni los ojos pintados. Claro, eran ciudadanos comunes, campesinos, trabajadores, y seguramente algunos forajidos del reino. El Flaco y Tornado se posicionaron un rato espalda contra espalda, y observaron atentamente, hasta que dejaron de salir.
Pero a los segundos, empezaron a salir algunas mujeres de los endemoniados; distanciadas dos metros una de otra, sin bultos, sin armadura, manos levantadas, torsos desnudos. El Flaco las miraba, a ver si estaban las dos jovencitas que soltó, y las vio; estaban juntas, medias desnudas, y le clavaron los ojos con una casi imperceptible sonrisa, él las miró de arriba abajo, de forma tal que ellas lo notaran. Volverlas a ver bien y así, le fue un gran disfrute, las únicas sonrisas que vio de una mujer hermosa, en semanas, y destinadas a él. El Flaco suspiraba por dentro. Y salieron algunas más hasta que ya no salió nadie.
– Mejor así –Dijo Tornado y añadió–. Mantén, adentro, distancia de mí. ¡Cincoo!...
El Flaco pensó en su soledad mientras Tornado seguía contando, “Qué irónico, tal vez muera, tratando de recordar a las dos señoritas de los endemoniados...”
– ¡Doos!... – Y con un grito de guerra toma impulso...
Tornado comenzó a levantar velocidad. El Flaco dando un salto en el aire con un giro de 180 grados, comenzó a correr con el arco y flechas preparadas, detrás de su compañero.

Es la página 42 del libro.
Faltando pocos metros para entrar a la caverna, flechas comenzaron a rebotar contra ellos, algunas quedando levemente clavadas, ni siquiera podían darse el gusto de proponerles que se rindan... Entró Tornado. Comenzó a cruzar su espada y escudo contra varios, con una excelente técnica y manejo de las distancias. Era total concentración. Resonaba el ruido de metales, flechas, y gritos. El Flaco le dio a varios en menos de cinco segundos, disparaba aveces rapidísimo, pero esperaba el momento oportuno, cubriéndose, para posicionarse bien. Mientras, rompía las líneas enemigas Tornado; El Flaco intentaba bajar a flechazos, cualquier enemigo que viera.
Adentro, había algunas construcciones de madera, algunas estacas clavadas al piso, y fuegos encendidos. La cueva era bastante amplia, y se notaba prolongada hacia adentro, aunque con una pared y puerta de madera cerrada. En cuanto El Flaco pudo esquivar a Tornado, con una velocidad tremenda no paró de tirar flechazos a los enemigos. Y se movía como una mosca frenética en una habitación queriendo salir, solo que no quería salir... Peleaban completamente concentrados y en equipo, y se ayudaban, sabiendo que para ese momento se entrenaron toda la vida.
¡Qué decir! ¡La pelea fue tremenda! El Flaco se gastó todas las flechas, dando muerte como a veinte, incluso a algunos que se venían contra ellos con espada. Sin embargo se notaban que los enemigos eran soldados comunes, entrenados pero no expertos. Las mujeres le resultaban más difíciles de matar al Flaco que los varones. Saltaban, se tiraban al suelo, le revoleaban dagas...
Los empujones se daban comúnmente, contra ellos, o ellos contra alguno, especialmente cuando quedaban como trabados. Tornado era como un pequeño tornado, en medio, inamovible que destrozaba, hasta en un momento se le tiraron cinco encima, y no pudieron contra él. Gritos, y golpes, hasta que no quedó un solo enemigo en pie, solo algunos agonizantes.


Es la página 43 del libro.
Pero los dos quedaron exhaustos, sin aire, heridos se sentaron en la tierra, casi cayéndose en el mismo. El Flaco tenía un par de flechas y dos dagas clavadas. Ya no se soportaba. Tornado le dijo.
– Compañero bebe del frasco rojo.

Y al ver que no reaccionaba...
– ¡Compañero! El frasco rojo...
El Flaco hizo una afirmación, y comenzó a intentarlo.

El portón de madera se abrió, y salieron cuatro asesinos y su jefe. El jefe tenía armadura pesada, los asesinos liviana, uno era una mujer. El Jefe habló, mientras El Flaco tomó del frasquito, como si eso le fuera un esfuerzo muy grande. Ni se molestaron en cerrar la puerta.
– Será una pena y un placer matarlos. Destruyeron mi hogar, pero se arrepentirán. Miren a él, se llama Cobra, se irá, y nadie lo podrá detener. E informará a los endemoniados, de lo que han hecho.
Se acercaron los cinco hacia ellos, aunque Cobra claramente cubriéndose, no para pelear, sino para irse, hasta tenía un bolso con cosas. Se rió burlonamente.
El Flaco le revoleó una daga, y otra, pero Cobra las frenó con su espada, y no se detuvo, subió la velocidad, como si fuera el viento que se levanta y se fue.
– ¡Flaco! –dijo Tornado gritando–. En cuanto puedas cumple la misión, yo los retendré y mataré a estos.
Uno miró al Flaco y se le rió.

Los tres asesinos y el jefe de los endemoniados de allí, se fueron contra Tornado. El Flaco aún ni se podía levantar del suelo. Corriendo para impactar contra Tornado, este hizo gala de su nombre una vez más. Comenzó a girar, y a mover su espada y escudo, y con una fuerza terrible se chocó contra el jefe. Le llovieron golpes de todos lados y él los llovió contra ellos. A un asesino le pegó tan fuerte con su escudo que le rompió la cabeza. El Jefe le bloquó su escudo con un brazo, y con su espada le comenzó a lanzar estocadas, pero Tornado las interceptaba.

Es la página 44 del libro.
Con esfuerzo y habilidad, la asesina se posicionó detrás. Cuando se sintió segura le enterró una espada entre las uniones de su armadura, y se fue contra El Flaco. Entre dos traban a Tornado, él tiene mucha fuerza, pero los endemoniados también...
El Flaco se puso en pie con su espada y escudo como pudo. Ya no tenía la agilidad de su lado, la asesina sí, ella con dos espadas. El Flaco recibió más golpes que los que interceptó y dio, ella se movía mucho, incluso hacía piruetas alrededor del Flaco, y cuando vio que su enemigo ya no tenía fuerzas ni para levantar la espada, dejó una, y comenzó a golpearlo con furia. El Flaco se llenó de odio, mientras interceptaba golpes como podía y se le agotaban las fuerzas. Mientras Tornado y el jefe y otro asesino se molían a golpes, y también agotaban a Tornado. El Flaco de repente sintió paz, y algo de fuerzas recorrió todo su cuerpo estremeciéndolo; se sintió muy concentrado, sintió su respiración calmada. Pero la asesina le clavó la espada, El Flaco se la trabó con su escudo. Ella como una endemoniada, teniéndola con una mano, con el antebrazo de la otra, golpea el mango de la espada para tratar de terminar de perforar la pobre armadura de su contrincante; quien con su escudo le estaba ofreciendo algo de resistencia contra su mano y empuñadura. Tornado, logra dar muerte a un asesino mediante una estocada, luego de empujarlo, a gran distancia, mientras esquivaba un arrebato del jefe. El Flaco con la mano libre sacó una daga y se la ensartó desde la mandíbula a la cabeza a la asesina. Y se cayó él, y se cayó ella sobre él, llenándolo de su sangre. Tornado y el Jefe, se traban, están peleando como si pelearan dos montañas, una contra otra, y ambos carentes de fuerza. Agotadísimos. Sin embargo, el jefe está comenzando a imponerse.
El Flaco agotado, aunque con paz, pero sin saber si no era porque se estaba muriendo; pensó “Mejor me recupero algo”, cerró los ojos, escuchó el grito de Tornado pronunciando “¡Flaco! ¡Flaco! ¡Arriba!” Y a los segundos él se dijo “No me puedo dar el gusto de morirme ahora”. Y comenzó a decir, cada vez gritándolo más fuerte, unos de sus versos:




Es la página 45 del libro.
“¡Desafiante vuélvete!
Siente que se estremece.
Tu ser rebelde a aceptarte vencido.”

(Grita, se para, agarra su espada.)

“Respira varias veces hondo.
Siente la fuerza recorrer tu mente,
Siente la fuerza recorrer tu cuerpo,
Siéntete despierto, bien vivo.”

Comienza a avanzar lentamente hasta donde estaban El jefe y Tornado tirados en el piso, golpeándose ambos ya sin armas, trabados. El Jefe lo ve, intenta zafarse desesperado, Tornado se llena de esperanza, y no lo suelta aunque este lo golpea en la cara.

“¡Yo soy El Flaco,
sigo vivo y doy pelea,
bien bravo y valiente!”

Y le entierra la espada a El Jefe, ayudado con su propio peso. Apenas con voz audible El Flaco dice.

“Bien bravo y valiente...
Pues... No me queda otra.”

Tornado le dijo:
– Arrancame del cuello el frasco rojo, y dámelo.

El flaco se esforzó, le encontró la cadenita, la botellita. Le dio un trago de beber. Tornado murmuró.
– Gracias poeta, hoy he escuchado los mejores versos de mi vida –Casi desmayándose bebió todo el preparado...

Es la página 46 del libro.
El Flaco le pegó algunos codazos para que no se desmaye. A él ya había hecho efecto la poción roja. Le dijo
– Mantén posición. Voy a buscarla. Luego de hacerme de flechas.
Agarra una flecha tirada en el piso, la mayoría estaban rotas ahí. Le responde Tornado como al minuto:
– Sí, sí...

El Flaco se asfixiaba. Luego de despegarse flechas y dagas, se sacó con mucho trabajo, y quejándose de dolor la parte de arriba de la armadura, al tiempo que miraba para todos lados. Llegó a ver como algunos campesinos, trabajadores, gente común, algunos tal vez estudiosos, niños... Se escabullían y seguían marchándose temerosos. Como si ellos dos fueran dos leones tendidos en el suelo descansando. El Flaco le pegó una patada a Tornado, este dijo “Sí, sí...”. Se vendó algunas heridas con vendas y empasto. Un par, se lo veía hecho mierda y bien manchado de sangre, de la asesina y de él. Se paró, y se puso alerta buscando más flechas, con su arco en mano más una flecha cargada, aunque sin tensar el arco, sujetados con una sola mano; y la espada enfundada.
De lejos en un momento miró a Tornado. Le gritó
– ¡Compañero!
– Sí, sí, ve tú – Le respondió Tornado con voz apagada.

Lo vio como comenzó a ponerse de pie, y tomaba su espada, recargó su ballesta que se le caía... Todo muy lentamente, al rato dijo.
– Acá los espero.
El Flaco lo miró, y cuando ya tuvo su carcaj lleno de flechas, se comienza a acercar al portón de madera abierto. Se estaba por acercar, apuntando con su arco, a mirar adentro, y escucha a Tornado decir
– Sí, sí ¡Bien caballero! Bien...

Es la página 47 del libro.
Y el héroe continuó lentamente, se hizo toda concentración, se sintió estremecer, rogó “Creador ayúdanos”. Y con su arco y flecha tensado, se asomó por el portón. Solo vio a una señora temerosa con dos niños, cubriéndose con los brazos, y decían, “por favor, por favor”. Los miró bien.
Siguió avanzando, y así comenzó a recorrer el lugar. Todo estaba algo iluminado, donde no había antorchas, era porque entraba luz de arriba. Solían haber unas vasijas de cobre, con fuego debajo y emanaban vapores de ellas. Parecía desierto de soldados, algunos civiles le dio la impresión de que comenzaban a saquear, nadie mostró ganas de querer enfrentarlo, a uno le quitó agua. Vio que había una biblioteca, avanzó, vio un laboratorio, aveces se perdía un poco, habitaciones con camas, algunos lugares espaciosos, otros no.
A la gente que lo miraba, bastaba que él los mirara para que dijeran “perdón”, o de alguna forma le demostraban que no querían pelear.

Recorriendo túneles, terminó en una amplia caverna con otra entrada, o salida al exterior. Allí llegó a ver a dos arqueros haciendo guardia, y en el medio había un altar, símbolos, unas estatuas raras, faroles con forma de serpientes, y un fuego que se elevaba del suelo, de un signo grabado profundamente en la piedra. Y por sobre éste, había colgada una jaula de tortura vacía. El Flaco sintió una puntada en el estómago, y gran inquietud. Entre la oscuridad apuntó sigilosamente a un arquero, se tomó su tiempo para estar seguro, y disparó, y dio en el blanco. El otro se refugió al ver caer a su compañero, y comenzaron a lanzarse flechas sin poderse dar ninguno de los dos.
El Flaco, fastidiado le tiró unos flechazos a las estatuas, lleno de enojo; y las dañó considerablemente. El otro gritó, desenfundó su espada, y comenzó a acercarse hacia él, no sin cubrirse. El Flaco hizo como que se retiraba. Aguardó unos minutos fuera del alcance visual de su contrincante, tomó su espada, respiró hondo, se concentró, sacó pecho. Le pareció como si las piedras del lugar se conmocionaran e hicieran algunos crujidos por causa de él. Y se abalanzó en dirección a donde creía que estaría su enemigo, y así fue.

Es la página 48 del libro.
Y cruzaron sus espadas, pelearon ágilmente los dos, hasta que El Flaco le pegó una fuerte patada en la rodilla, y le clavó su espada en la cara. Tomó la espada de su enemigo, y con ella le pegó unos buenos golpes extras a las estatuas, haciendo caer una, pateó, tiró rompiendo faroles, y tiró la espada, pues tiene la suya que no quiso dañar. Se dijo a sí mismo “¿Qué estoy haciendo? ¿Porqué pierdo el tiempo así?”
Se volvió a meter entre los túneles y construcciones, y avanzó, y avanzó; perdiéndose entre pasillos y habitaciones que aveces parecían un laberinto. Y dio varias veces vueltas en círculo. Ya se había bajado toda su barra de alimento; bebió la poca agua tonificada que le quedaba, y buscaba al objetivo del porqué él estaba allí agotado física y mentalmente.
Estando recorriendo túneles, construcciones y habitaciones. Al asomarse a una abertura con mucha luz del exterior, escucha el sonido de un arco, lanzando una flecha que impacta en la roca cerca de él. Fue lanzada desde abajo. Observa, hay un camino. Se hace cuerpo a tierra, mira mejor; hay toda una instalación de entrenamiento debajo. Y hay como seis o siente en pie, cuatro mujeres, y les tiran algunas flechazos. Hay algunos aparentemente civiles...
– ¡Carajo! ¿cómo sé si alguna no es ella? –Murmuró El Flaco.

Si se quedaba allí esperando, se le iban a acabar las pocas fuerzas que tenía; por consumir prácticamente todo lo que le quedaba, que le brindara un poco de fuerza extra. Aunque, le quedaba un frasquito rojo sin usar. Se le ocurrió exigir con un grito, la razón de ser de su misión.
– ¡Atención ahí! Soy un caballero puro, entrégueseme a la hija del padre principal sana, o morirán todos.
– ¡De acuerdo! –Escuchó inmediatamente.
– ¡No!¡Un momento! –También se escuchó en voz de una mujer.
– Al que se acerque lo mato – gruñó el Flaco.

Es la página 49-50 del libro.
Y vigilando, vio que discutían entre ellos, y que le pegan un golpe a una. Un buen golpe, dado por sorpresa mientras discutía, y se ponen a atarla entre varios. Patalea, grita, pero se la cargan entre dos, y comienzan a subir a donde se encontraba El Flaco. Con ella atada, y gritando a lo loca, entre otras cosas, que había que pelear. Al acercarse al Flaco que los apunta, muestran que no tienen armas los dos que suben. Uno de ellos dice.
– Acá se la traemos, se retirará sin dañarnos.
– Ustedes también se retirarán –Le responde El Flaco–. No quedará nadie aquí.
– De acuerdo. Cuando usted se aleje señor.
Y se la pusieron al lado, como si fuera un paquete; que se movía, forcejeaba, y los insultaba, y les decía traidores.

El Flaco ni aunque quisiera, hubiera podido contra ellos, en las condiciones en que se encuentra... Eran como siente guerreros endemoniados, seguramente aprendices, varones y mujeres; y había una construcción, que tranquilamente podían ser dormitorios y ¿cuántos habían allí adentro? También había algunos civiles que solo se cubrían como podían, y se limitaron a mirar.
Cuando se sintió seguro fue a la que le dejaron. La agarró del cuello contra la pared, y le miró bien la cara llena de tierra, y con sangre que le salía de la nariz. ¡Era ella! Estaba furiosa, y con un golpe en la cara, tenía los ojos totalmente negros, estaba tatuada. Le susurra.
– ¡Hey! Vine a rescatarte, soy enviado del templo.

Ella hizo una pausa como si pensara en algo, e intentó patearlo con fuerza gruñendo. Apenas si pudo contenerla, al tiempo que estaba alerto que no lo atacaran. Le hizo tragar a la fuerza el liquido del frasquito que le dieron para ella. Se aseguró que lo tragara, casi asfixiandola. Le pone una mordaza. Comenzó a alejarse de allí, arrastrándola. Comenzó a ocultarse también, lejos de querer pelear, temía ya no poder ganarle a nadie. Incluso sentía que se caía de sueño, y le dolía la cabeza, y todo. Sentía como si estaba en una pesadilla de la cual no puede salir, y se sentía oprimido, como por el peso de yunques en todo el cuerpo, y pero aún, en su alma.

Recorrió como ciento cincuenta metros, y viendo unas construcciones de viviendas de madera, y que nadie lo seguía, la dejó atada. Como quien deja un bulto de carga al lado de un árbol, o peor aún, al lado de un camino, y corrió sigiloso a investigar. Agarró su espada, abrió la puerta de la primer vivienda, vio a un hombre y una mujer que se lo quedaron mirando.
– ¿Quieren vivir? – Les preguntó El Flaco con ira. Hicieron una afirmación los dos, y le dijo mirando al hombre –¡Ella quieta aquí! ¡Usted venga conmigo!

Y juntos trajeron a la que está rescatando. Y se encerraron allí. Cuando volvieron, la señora estaba con tres niños pequeños abrazándolos.
–¿Nos va a matar? –Preguntaría uno de ellos llorando una y otra vez. Hasta que la madre lo tranquilizó a la fuerza...
Colocaron a la cautiva en un montículo de paja que tenía una tela encima. El varón se quedó mirando al héroe, como quien mira a alguien, que en cualquier momento podría caerse muerto; pero sin embargo, también matarlo con sus últimas fuerzas.


Capitulo 6: Novela corta de fantasía.



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