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Bandy sobreviviente de Auschwitz

 

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El escritor Samuel Akinín nos relata de  historias de sobrevivientes judíos en este escrito, testimonio de Bandy  un sobreviviente de campos de concentración

 

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Auschwitz (continuación)

El principio de esta lectura está aquí

Continuación:

 

Ese día no hubo toque de queda, nos permitieron bañarnos, no podíamos creer lo que estaba pasando, ver a más de 30.000 judíos con ropa de civil en vez de los pijamas de presidiarios era de por sí algo nunca visto, era impresionante, nos   contagiamos de  alegría. Durante el tiempo que pasé en Auschwitz, no veía a la gente con interés, sólo me preocupaba de encontrar a los de mi pueblo para ver la posibilidad de mandar o de recibir algún mensaje de los míos, de mi familia, no prestábamos atención   a la búsqueda de nuevas amistades, era muy doloroso saber que se llevaban a la cámara de gas a alguien conocido. Ese día cuando los alemanes perdieron el control, fue bien aprovechado por algunos valientes que   se colaron a la cocina y lograron robar tanta comida que al llegar la noche, la compartieron y alcanzó para todos.

 

Comenzó la consulta entre los tres, ¿qué debíamos de hacer?, mi amigo Smuli tenía a sus  tres hermanos dentro del campo, uno de ellos era médico, trabajaba en el hospital, éstos eran protegidos y respetados en Auschwitz por tener la misma profesión del gran homicida el doctor Menguele, fuimos con su   hermano, le pedimos que nos ocultara, que de ellos abandonar el campo estaríamos más seguros adentro, además se avecinaba una larga caminata y sólo el pensar en andar sobre la nieve nos   causaba pánico. El Dr. Stern no dudó ni un segundo, nos colocó en distintos sitios en donde pensaba no seríamos descubiertos y continuó su trabajo. Jamás podré olvidar lo que estos cuatro hermanos hicieron una y otra vez por mi. Ellos, lograron salvarse y hoy viven en Israel, con ellos mantengo lazos de amistad que sólo un vínculo de sangre puede igualar.

 

La idea fue brillante, pero no funcionó, tres soldados de la SS nos descubrieron al otro día y nos llevaban directo a fusilamiento. Mientras tanto se había formado una fila de gente traída de diferentes   campos cercanos a Auschwitz, los de nuestro campo que pasaban de treinta mil más  los de los campos cercanos que superaban los setenta mil   daba una cifra total que sobrepasaba los cien mil prisioneros. En el portón del campo de Auschwitz estaba parado el comandante en jefe, el comandante Hoess, por el   alboroto del momento y por la confusión, no les preguntó a los soldados que nos llevaban qué habíamos hecho, sino que por lo contrario, les ordenó que nos pusieran a los tres en la primera línea de la fila, esta situación de nervios y enredos logró salvar nuestras vidas en ese momento.

 

Estaba comenzando la tarde cuando llegó una camioneta cargada de pan, Sruli en una demostración de valor, se robó dos panes y me los pasó, luego dos más y se los dio a Smuli y en un tercer descuido se robó dos más y los guardó en su mochila. Seis panes, ¡la comida de todo un año en Auschwitz!, fue una mezcla de emociones, nuestra adrenalina andaba a millón. Esa tarde del diez y ocho de enero de 1.945, emprendimos la retirada, somos más de cien mil los judíos presos para esa época, la gran marcha de la muerte comienza. En el camino a la nada, la muerte nos acompañaba a cada paso, el frío comenzó a cobrar víctimas al igual que el hambre, los alemanes terminaban su obra, cada judío que desfallecía era fusilado de inmediato, no podían ni querían dejar sobrevivientes. el camino estaba regado por doquier con cadáveres. Además del hambre que traíamos, durante esos tres días no fuimos alimentados, acabar con nuestras vidas era la consigna y la cumplían a cabalidad.

 

 Cuando comenzamos la marcha, acordamos en caminar sujetos de los brazos, convinimos que así nos mantendríamos hasta el final, por ser nieto de granjeros, recordé que los caballos podían caminar aún estando dormidos, y creía que si ellos podían, nosotros los humanos también podríamos, por lo tanto, dije, estando los tres abrazados, uno por vez podrá dormir mientras los otros dos lo guían en su caminar. La marcha duró tres días y tres noches, el pan que nos robamos al comenzar, salvó nuestras vidas, por estar de primeros en la fila, nos tocaba abrir paso en la nieve, a los pocos minutos se escuchó un tiro, luego otro, y otro, los alemanes mataban a los que se quedaban rezagados, o al que trataba de escapar, la fila era interminable, los caídos eran aplastados por un río de gente, tal cual una manada de animales. Supimos de muchos valientes que lograron escaparse y esconderse en las diferentes granjas a lo largo del camino, a ratos pensábamos en escaparnos, hubo oportunidades en las que nuestro escolta no podía estar pendiente de nosotros y eso nos animaba a escaparnos, me hicieron caso y seguimos juntos, luego nos enteramos que no se había salvado ninguno, que una patrulla especial venía desde la retaguardia limpiando casa por casa, de nuevo la vida nos acompañó.

 

La primera parada la hicimos a la mañana siguiente, los alemanes también estaban cansados. Nos ordenaron al primer grupo ponernos a un lado del camino, y vimos pasar a miles de personas, ahora les tocaba ir abriendo brechas en la nieve   a otros, nuestros huesos estaban deshechos. Era el día 19 en la noche, los rusos disparaban bombas luminosas y esto nos permitía ver la caminata como quien veía un espectáculo circense. Con mi hermana Alice, me había logrado comunicar desde el campo, pero hacía días que había perdido contacto, ella estaba en Birkenau y fue a través de Soly Burger , el limpiador de los pozos sépticos, de Birkenau y de  Auschwitz como logré mandar y recibir noticias de mi hermana. Al cabo de un largo rato, y de haber pasado mucha gente, grité el nombre de mi hermana,   una y otra vez ¡Alice Steiner!, en eso uno de los que pasaban caminando, me dijo que ella estaba viva, que ya había pasado y que venía en la misma marcha, traté de levantarme para unirme a ese grupo y alcanzar a mi hermana cuando uno de los SS levantó su fusil y me conminó a sentarme. Esos minutos de diferencia hicieron que no pudiera encontrar a mi hermana sino hasta pasados nueve meses.

 

Caminamos toda la noche del día 18, del 19 y el día 20  en la mañana llegamos a un campo de concentración llamado GROSS ROSEN, encuentro a gente que habla ruso. Cada uno estaba rapado solamente en el medio de la cabeza, a nosotros en Auschwitz nos rapaban la cabeza, éramos calvos, los domingos nos afeitábamos unos a otros. No nos permitieron entrar en los bloques, nos dejaron afuera todo el día, aprovechamos la nieve para beber y para asearnos, el temor de la selección se mantenía en mi mente, con una vieja hojilla nos afeitamos y con los suéteres nos cobijamos. De Gross Rosen nos distribuyeron a varios campos en vagones de carbón, ya no eran ni tan siquiera de animales, estos estaban abiertos completamente, metían paradas, a 180 personas por vagón,  yo seguí unido a mis compañeros, de no haber sido por el pan que nos robamos, del que fuimos comiendo lo mínimo indispensable y por el agua que logramos beber de la nieve no lo podríamos contar.

 

A los lados de los vagones había guardias de la SS, estos vigilaban a los que trataban de escaparse saltando, si lo hacían inmediatamente le disparaban a matar, si es que no había muerto con el impacto de la caída durante seis días fuimos en esos vagones, los pocos sobrevivientes de Gross Rosen estábamos por perecer, la maldad y la crueldad iban acompañando a cada uno de estos maniáticos, su finalidad era acabar con  nosotros de una manera u otra, el miedo a sus jefes los presionaba para que ésto sucediera sin errores, sin demoras, sin excepciones.

 

Al fin llegamos a DACHAU, otro campo de concentración, nos mandaron a desnudar, nos dejaron sólo los zapatos, nos metieron en un baño, pensé que de las duchas saldría gas, recé la Shema Israel, me daba por muerto busqué a mis amigos y con la vista fija en ellos nos despedíamos, era tanto lo sufrido, que me resigné ni mi cuerpo ni mi mente podían soportar más, pero en ese momento se abrieron las duchas y comenzó a salir agua, agua en vez de gas, no lo podía creer. Lloramos de alegría.

 

Salimos de las duchas, recibimos de nuevo pijamas de rayas y pasamos una nueva selección, a mis dos amigos por verse aún fuertes los enviaron a trabajos pesados (hoy viven en Israel), a mi con mi debilidad no me quisieron mandar con ellos, traté de sobornar a uno de los rusos, insistí pero no hubo forma. A los más sanos les asignaban un número para que lo colgaran en sus pijamas, a nosotros los débiles, nos los escribían en el pecho con tinta indeleble, ellos suponían que pereceríamos y no querían que la gente se cambiara la numeración, pasé meses luego de la guerra   para poderlos borrar totalmente.

 

 Sus objetivos se cumplían, sus planes macabros se realizaban, fuimos más  de 100.000, los hombres evacuados en Auschwitz y al final  de  la marcha de la muerte de esos fatídicos diez días de enero, solamente sobrevivimos dos mil trescientos, al igual que toda mi familia, que eran mas de setenta personas, sólo quedamos, dos vivos, la cifra de muertos en comparación con la de sobrevivientes era impresionante, apenas menos de un tres por ciento logró salvarse, se ganaron la medalla de la crueldad, de la aniquilación, de las de las masacres programadas en escala. De haber usado tanto esfuerzo en crear en vez de destruir, hubieran llegado a dominar el mundo actual, su locura fue su desgracia.

 

Pasamos tres meses en Dachau. Luego de tres días y sus noches de caminata, nos mandaron a Scharnitz en Austria para que nos asesinaran los austríacos, fue exactamente el día 28 de abril de 1.945, al otro día nos devolvieron a Alemania, no quisieron los austríacos seguir matando judíos cuando ellos ya veían venir el fin de la guerra. Cuidaban sus espaldas a último momento y sin importarles la reacción de los alemanes, devolvieron el convoy completo, esta vez no fue en vagones de animales, fue en tren de pasajeros, por primera vez en mi vida somos atendidos por la cruz roja, no chequearon nuestra salud, no nos aplicaron vacuna alguna, no intercambiaron palabras con nosotros, sólo debían dejar constancia de su buena fe, lo único que los movía era asomar al mundo de que su conciencia estaba limpia y que habíamos sido alimentados, nos dieron a cada uno de los ocho mil pasajeros, un paquete que contenía; sardinas, una barra de chocolate, un pan y unas galletas, pero no un consuelo.

 

La atención de la cruz roja en su momento, no llenó ningún tipo de aspiraciones, cumplieron con un trabajo, más no con un deber, nos trataron como a cosas, no como a personas, nos dieron comida para un par de días, pero nuestro futuro sólo alcanzó a uno. Nuestras vidas estuvieron en sus manos y no la supieron cuidar, no se ocuparon de salvarnos, muchos amigos fueron asesinados apenas un día después. Estoy plenamente seguro que de haber intercedido en ese momento por nosotros, 8.000, personas se hubieran  salvado y sus generaciones de por vida sabrían agradecer su labor humanitaria.

 

Ese día fue un 27 de abril de 1.945, nos había llevado a una plaza muy grande en Dachau, Nos  bombardeaban sin parar, cientos de aviones sobrevolaban y lanzaban sus bombas, los aviones libertadores tenían cuatro motores grandes y había venido a salvarnos. Las defensas antiaéreas de los alemanes tumbaron docenas y docenas de aviones libertadores, ante tal   espectáculo, pedía porque uno de ellos en su caída cayera sobre mí y acabara mi pesadilla, mi mente, mi psiquis,  mi alma y mi cuerpo no soportaban más.

 

Entrada la noche fue cuando nos montaron en el tren, no habíamos arrancado y tuvieron que cambiar la locomotora, ésta había sido destruida completamente minutos antes, luego de reparar la vía hacen el cambio de la locomotora y de los vagones delanteros, fue cuando entró la cruz roja, no sabíamos que estaba pasando, las bombas no cesaban de caer, el tren comenzó su marcha, por fin llegamos a Alemania. Ante aquel drama, con una inseguridad total, me asomo por la ventanilla y logro ver a los alemanes de la SS, éstos nos gritaban desde afuera, desde el andén que éramos libres, que podíamos salir, que bajáramos.

 

Muchos logramos bajar y andar hacia el campo, la debilidad no nos permitía correr, pero por escasos momentos me sentí libre, fue el instante en que pensé en la cruz roja, creí haberme equivocado al juzgarlos, juraba que había intercedido por nosotros y había logrado liberarnos, pero no, la alegría de un desamparado dura menos que el reflejo de un rayo. Pocos minutos pasaron cuando otros oficiales de la SS, pusieron presos a los primeros y comenzó nuestro fin, nos cercaron y a las 5 de la madrugada nos tenían completamente rodeados.

 

Con el control total de la situación, estando los 8.000, ya cercados, nos llevan arriba de la montaña, mucha gente no podía subir, se quedaron en  medio de la nada, parados, oíamos tiros, sabíamos que estaban fusilando a los que no tenían fuerzas para continuar. De nuevo en un descuido logré escaparme, debo de reconocer que el chocolate y las galletas que nos dio la cruz roja me devolvieron mis energías, a lo lejos vi una pequeña granja y corrí hasta llegar a ella, encontré paja y me cubrí, el calor que me produjo luego del frío de la tormenta de esa noche y del mismo miedo que tenía, no me es posible describirlo, pero era una sensación que sólo al recordarla aún hoy me reconforta.

 

Por un largo rato, me quedé dormido, oía a los alemanes desde lejos amenazando que bajáramos o de lo contrario nos matarían, me negaba a sucumbir de nuevo, pensé en esperarlos y recibir una bala, estaba decidido  a no entregarme, sabía que al hacerlo, no tendría esperanzas, me asomé por una de las ventanas y lo que vi era macabro, los alemanes   vaciaban toda su rabia en los nuestros, los estaban matando como moscas.

 

Lo que verdaderamente me asustó y me hizo entregarme fue el ver como en  otra granja cercana a la mía era incendiada, sin ningún tipo de misericordia quemaron vivos a varios judíos, no estaba dispuesto a morir así. Puestos prisioneros, nos montaron en un tren, esta vez era de los conocidos, ya no era de pasajeros, era el de transporte de animales, comienzo el viaje hacia Alemania, eran las dos de la tarde cuando arrancamos y estando cerca de Garmisch-Paterkirchen, lugar famoso por haber sido sede recientemente de las  olimpiadas, cerca de Munich, el tren se detuvo, nos ordenaron bajar cerca de la carretera, la vista panorámica la tengo grabada, a un lado la vía del tren, al fondo las montañas, delante la carretera, luego el terraplén en donde nos mandaron a sentar y a nuestras espaldas, un río caudaloso.

 

Poco rato después llegó un automóvil, una  joven mujer se bajó, se dirigió al jefe de la SS, gesticuló, la vi defender algún punto con vehemencia, dio unos pasos hacia atrás, giró, volvió ya no a hablar, la   noté suplicando, comenzó a llorar, con una mano cogió la chaqueta del militar, éste seguía impávido, fueron diez o quince minutos  que la mujer solicitaba algo que no le fue concedido. Regresó disgustada por no haber cumplido con su misión a su automóvil y se marchó. Todo esto me dio que pensar.

 

El sitio en que estábamos daba la apariencia de ser un lugar de descanso de la carretera, su forma era un semi círculo, me encontraba sentado por así decir casi en la mitad del lugar a mi lado estaba mi mejor amigo, mi hermano de campo Moishe Willinger y otro buen amigo de él, le digo que no me gusta lo que está pasando, que recojan las piedras que había en el suelo, las pusieran alrededor de su cuerpo,   y se protegieran la cabeza que usaran el plato de comida para proteger su cara. Preocupado por la discusión anterior tomamos la precauciones a tiempo. Varios alemanes nos estaban rodeando con ametralladoras, se colocaron a nuestras espaldas   con vista al tren, ellos eran doce o quince.

 

Dos o tres minutos apenas pasan cuando oigo en alemán, ¡de pie!, unos segundos demoran en levantarse cuando les grito a mis dos amigos que se acuesten, los  alemanes con una señal previa comienzan a disparar sus ráfagas. Escucho los gritos, los gemidos, e inmediatamente   quedo cubierto por varios cuerpos ya muertos. Siento que la sangre me corre por la cara, no siento dolor, lo único que me molesta es el peso de encima, oigo nuevos disparos, los alemanes están rematando a los sobrevivientes, debo de aguantarme al máximo, me preocupan mis dos amigos, no sé de su suerte, pero mi instinto de preservación me ayuda a no cometer error alguno, debo parecer muerto o de lo contrario seré  otro muerto más.

 

Pasa más de una hora, seguimos inmóviles, dudaba en si podría moverme o no, fue tanto el tiempo que permanecí inmóvil, que no sabía si mis músculos obedecerían mis órdenes. Cuando me sentí seguro, cuando creí que había pasado el peligro, comencé a murmurar el nombre de mis amigos, no recibí respuesta, me asusté, me volví a sentir solo en este mundo, pensé y pregunté, ¿por qué a mí   Dios mío?, primero perdí a mi padre y quedé sólo, luego me quitaron a mi madre, a mi querido hermanito, a mi abuela, a mis tíos y primos, quizás a mi hermana, luego a Sruli y Smuli y ahora a mis dos soportes, mis dos apoyos, mis únicos amigos, me resigné a vivir.

 

¡Bandy!, ¡Bandy!, ¿me oyes?, la sangre comenzó a correr por mis venas como nunca lo había hecho, mis pulmones se oxigenaban a un ritmo vertiginoso, mi cerebro comenzaba a enviar a cada parte de mi cuerpo las señales necesarias para su pronta recuperación, de nuevo sentí el deseo de vivir. Acto seguido contesté, ustedes ¿como están?, estamos bien, ambos se había salvado, nos levantamos y al ver tal masacre,   sentimos que habíamos nacido en ese instante. Muchos inocentes, murieron innecesariamente, si la cruz roja nos hubiera atendido, si nos hubieran puesto en cuarentena, si la maquinaria pacifista del mundo se hubiera puesto a andar, si un sólo valiente hubiera acabado a tiempo con la vida del malvado Hitler, si tan sólo Dios se hubiera apiadado de ellos, en vez de tres sobrevivientes seríamos ocho mil.

 

Se hizo la noche y por la carretera venían muchos carros blindados alemanes, no paraban de pasar, luego supe que iban de retirada, estuvimos esperando a que pasara el último, pero no fue posible, no había ningún último, el hambre y la sed nos estaban matando, debíamos hacer algo y pronto, no sabíamos que vía seguir, mis amigos decían que debíamos ir al lugar de donde venían los carros militares, yo los convencí de ir en la misma dirección que ellos llevaban, eran entre las cinco o las seis de la madrugada del día 29, fuimos bordeando el río siguiendo mis consejos, no muy lejos pudimos ver una de esas típicas casas alemanas, ésta era de dos plantas, cuando estuvimos cerca le pedí a la señora que se asomaba por la ventana, que nos diera algo caliente de beber, que estábamos sedientos, no le importó cuanto rogamos, cerró su ventana y se olvidó de nosotros, en ese momento teníamos tres días sin comida ni bebida, solamente algo caliente se puede ingerir en un estómago hambriento por varios días, si no, las convulsiones pueden ser muy peligrosas. Nuestras fuerzas nos traicionaban, entre los tres nos dábamos ánimos. Saltamos varias casas sin detenernos, nos dio miedo seguir tocando en otras casas cercanas, por temor a que nos denunciaran y al llegar al otro extremo casi al final de la ciudad, nos metimos en una granja donde había tres hermosas cabras, Moishe con mucho cuidado tomó un balde y se puso a ordeñar a una de las cabras, sin imaginárnoslo siquiera comenzamos a tomar leche recién ordeñada, caliente, cada gota era una inyección de vigor, nos emborrachamos con ella y nos quedamos dormidos en la parte alta del pajar.

 

Durante el día treinta en la noche, recibimos un bombardeo de artillería muy grande de Este a Oeste, lo  disfruté al máximo, sabía que alguien disparaba contra los alemanes, al parar la artillería nos preocupamos de nuevo, no sabíamos que iba a pasar, el día 30 a las dos de la madrugada empiezan a escucharse motores de jeeps, oíamos murmullos, se podía decir que eran extranjeros, pero no teníamos idea de quiénes podrían ser, nuestras mentes no soportaban más intrigas, en acuerdo los tres, decidimos entregarnos, saqué un suéter por la ventana en señal internacional de rendición, no había terminado de mostrarlo cuando del techo varios hombres armados saltaron y apuntándonos con sus armas nos gritaron ¡ Hands Up!, yo les contesté, monsiere  somos prisioneros de guerra y los oigo hablar en inglés, el miedo que tenía era tal que me oriné en la ropa, lo vi coger su cantimplora y acercándomela, me dijo NISHKEIN MOIRE, nada más y nada menos que en el idioma de mi madre, ¡en idish!, me dijo que no tuviéramos miedo, ¡soy judío de Brooklyn!, no sabíamos donde quedaba pero inmediatamente supimos que para nosotros, la guerra y el temor había acabado.

 

Al igual que en las películas americanas que luego pude ver en el cine, éstos valientes saltaron con una agilidad envidiable, todo un comando entró para salvarnos, nos tomaron en sus brazos cual si fuéramos niños desprotegidos, nos transmitían su amor, en cualquier mínimo movimiento e inclusive en   sus gestos denotaban su nobleza y su admiración a nosotros. Era una situación extraña, ellos eran nuestros héroes y a su vez nosotros los suyos. Cuando nos liberaron los americanos, los tres, sentíamos odio, mucho odio, a la que nos negó el agua caliente, a los alemanes, a los polacos, a los nazis y a todo el mundo, por su mutismo. En manos de los alemanes, habíamos perdido muchas cosas; nuestra libertad, los sentimientos, la fe, la confianza, la memoria, la pérdida del gusto, de lo dulce, de lo salado, el sentido de orientación, la destreza, la salud y lo más importante, nuestra familia, nuestro pueblo.

 

Nuestro paisano de Brooklyn junto con sus amigos, nos dieron; una barra de chocolate a cada uno y unas pastillas antidiarreica, nos pusieron en un lugar seguro y la lucha continuó. El día 30 de abril en la noche cae una tormenta muy grande, los americanos nos guarnecieron en la casa más grande, era la sede de la Alcaldía, en el primer piso estaban las camas y ahí nos fuimos a dormir, preguntamos la hora, eran las nueve de la noche, a las once no podíamos dormir, a las dos de la madrugada tampoco, me puse a pensar y me di cuenta que nuestros cuerpos no estaban acostumbrados a dormir en camas acolchadas, propuse acostarnos en el suelo y a los pocos minutos dormíamos.

 

Se me pide que describa nuestra liberación. Ahí estábamos los tres, escondidos en esa choza, temerosos, asustados por los tiros, tanto, que creyendo a los nazis los responsables de los tiros y suponiendo que ya estaban cerca de nosotros, decidimos unánimemente, volver a entregarnos. Nos levantamos para asomarnos a la ventana mostrando una de nuestras camisas blancas en señal de rendición, cuando nos sorprendieron los libertadores. Sin siquiera haber asimilado de un todo la masacre del día anterior, con apenas un día de diferencia, ya los alemanes, no nos agredían, no nos pateaban ni nos trataban como si fuéramos perros, todo lo contrario, entramos en un éxtasis insospechado, los americanos, nos trataban como héroes como si fuéramos sus propios hijos, su propia familia.

 

Los americanos nos llevaron a la casa más grande y bonita del pueblo, era la sede de la Alcaldía. Curioseamos por doquier, encontramos que había todo tipo de comida, jamones, panes, azúcar en sacos, sal, harina y muchas cosas más, abrimos las puertas y en un desprendimiento de algo ansiado y soñado por años, los tres judíos hambrientos repartimos entre las mujeres del pueblo toda la comida. Estas, en señal de agradecimiento, sé ofrecieron a cocinar lo que deseáramos. Yo pedí una sopa de gallina, mi amigo pidió un Schulent, (adafina, comida sabática) les explicó como se hacia  y qué contenía. Era el día primero de mayo del año 1.945, era viernes queríamos celebrar un Shabat (Día séptimo de la semana, día de descanso), le dije a mi amigo, que no comiera el Schulen, que era demasiado pesado para nuestros cuerpos tan débiles, su deseo fue más fuerte que mi lógica, mi amigo Moishe Willinger, disfrutó por última vez en su vida de su plato preferido, ya no despertó.

 

Mi dolor, mi tristeza y mi pena eran muy grandes, no me conformaba con llorar, fui a la primera casa en la que nos había negado un poco de agua caliente en busca de venganza, fui a matar, no perdonaba el que una cosa de tan poco valor y tan importante para nosotros nos hubiera sido negada. Hice bajar a la mujer y a sus tres hijos, con un   bastón que portaba la amedrenté, comenzó a llorar, se hizo pipí y eso me despertó de mi gran pesadilla, me di cuenta de la locura que estuve a punto de cometer, me sentí tan sucio como esos malditos nazis, no lo podía creer, le pedí perdón, y luego me marché.

 

 

 

FUENTE: BERTALAN "BANDI" STEINER BERGER.

Samuel Akinín Levy

 

 

 

 

 

 

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