Material de estudio experiencias, historias judías, literatura Judía sobrevivientes historias Autor: Samuel Akinín Levy

cursos gratis y juegos arte cultura y educacion

Educación arte cultura literatura y entretenimientos en www.estudiargratis.com.ar

 
Poesias reportaje y algunas muestras de obras de Samuel Akinin

Otros

Curso guitarra

Cocina fácil

Curso Biblia

Poesias

Trabajos, monografías, tutoriales, etc enviados

Historia Argentina

 

Comprar y vender por Internet de todo

 

El escritor Samuel Akinín nos relata de  historias de sobrevivientes judíos

Este escrito ha sido enviado por el Autor, para ser mostrado en esta Web y forma parte de su libro Sobrevivientes

 

Poesías, trabajos reportaje hecho y escritos que acerca akínin a estudiargratis.com.ar aqui

Sección destinada a judíos o personas que deseen conocer de ellos

Visita otras secciones de esta Web (en general: educación, cultura, entretenimientos, arte he informática)

 

 
Sobrevivientes
por
 
Samuel Akinín Levy
 
 
 
CAMPO  DE

     SCHWAMMBERGER

 

            EN PRZEMYSL POLONIA

 

 

 

Me llamo Stefan Horszowski Gotlip, nací en el año de 1.909 en un pequeño pueblo de Polonia llamado STRY, con una población de 30.000 habitantes y de los cuales 6.000 éramos judíos. Mi padre se llamaba León y mi madre Eugenia. Tenía otros cinco hermanos, cuatro hembras y un varón; Mi hermana Regina nacida en el 1.899, de profesión economista, mi hermano Israel en el 1901, ingeniero mecánico, mi hermana Sala en el año de 1.911, de profesión abogado, mi hermana Helena en el año 13 licenciada en filosofía y mi hermanita Bela en 1.915, era economista. Mis padres me hicieron tomar una carrera práctica, fui graduado como técnico en artes gráficas y luego como experto en marroquinería.

 

Detallo a mis hermanos y a mis padres, por que cada uno de ellos logró un meritorio  puesto  en la Historia, en la historia del pueblo judío. Sólo mi hermano y  yo logramos salvarnos, pero en justicia a su memoria debo de hacer público y notorio, que gracias a mis padres, fuimos graduados universitarios. Cada de uno de nosotros sintió en más de una vez el aliciente, los ánimos de superación con que nos inyectaban, sus palabras, unidos a sus esfuerzos y sacrificios. El ver como acabaron los nazis con la obra,   que mis padres realizaron con sus hijos,  siempre me hace reflexionar, me pregunto y no logro encontrar respuesta; el esfuerzo, el sacrificio y los logros, fueron únicamente para ser desechados por gentes con mucha menos cultura y educación. Si, es verdad, yo perdí a mi familia, perdí su amor, sus consejos y su compañía, pero creo que con su pérdida, quién más perdió fue el mundo.

 

Mi padre luchó en la Primera Guerra Mundial, defendía a Austria, comenzó como soldado en el año de 1.914 y terminó como oficial y con honores cuatro años después. El estuvo peleando en el frente de batalla en Italia, durante la guerra vino con licencia para estar unas semanas en nuestro pueblo, fue en el año de 1.916, yo tenía escasos 7 años, pero recuerdo la elegancia de su uniforme, la enorme espada que mantenía envainada y el imponente casco con un pico muy grande y lleno de plumas de colores. Supongo que el impacto que logró en mi mente, fue similar al de David cuando se enfrentó a Goliat, por su diferencia de tamaño y  su porte. Por haberse ido al frente de batalla estando yo tan pequeño, eran muy pocos o casi nada los recuerdos que de mi padre tenía, pero el verlo con su uniforme de gala, logró tal impresión en mí, que me ha permitido tener grabada de por vida su imagen.

 

Mi padre no tenía hermanos, el único que tuvo, murió siendo muy joven, mi madre tuvo tres hermanos; Mi tía Esther que emigró a los Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial y allá murió el 29 de marzo de 1.993 a la edad de 104 años.

 

Su esposo no quiso luchar por ideales en los cuales no creía, decía, según me contó luego mi madre, que el Rey no le había dado nada tan valioso como para que el arriesgara su vida y la de los suyos. La otra hermana de mi madre se llamaba Sheiva, estuvo prisionera en Auschwitz, donde perdió a dos de sus hijas ahora vive en Canadá y tiene 90 años y su único hermano, mi tío Elias vive en los Estados Unidos.

 

Nuestra enseñanza religiosa era completa, el Rabino. venía a nuestra casa y nos entusiasmaba con la Toráh. Pocas semanas antes de mi Bar-mitzva (al cumplir trece años, llega el momento en el cual el niño, es considerado como adulto y de ahí en adelante es responsable ante Dios de sus errores ) la instrucción se amplió y se aumentó el tiempo de enseñanza hebrea. Luego el día que me tocó subir a la Toráh ( la lectura de nuestros libros sagrados ) me puse  en mi frente y en mi brazo los Tefilím (cajita que guarda unas bendiciones) hice mis rezos y agradecí a mis padres y familiares su presencia. No acostumbrábamos a hacer fiestas, no se acostumbraba a dar regalos, era un paso muy serio el que estábamos dando, había mucha alegría, pero no se consideraba como hoy una fiesta. Aunque si recuerdo que mi madre llevó bizcochos a la sinagoga.

 

Mi padre quién había trabajado en los almacenes de ropa de mi abuelos paternos, decide labrarse un porvenir. Nos mudamos a Przemysl, para aquel entonces su población era de 60.000 habitantes y contaba con 10.000 judíos. Papá fue contratado por el gobierno, era contador. Al llegar ya teníamos preparada la casa y él comenzó a trabajar en el Káiser Keiner Rad . Viendo que sus hijos no podrían seguir carreras universitarias en nuestro pueblo, decide que nos mudemos a una ciudad más grande, empezamos a empacar y luego de dos días de camino en carros de caballos llegamos a la ciudad de Lemberg, también conocida como Lwdw.

 

Pasó mi infancia y luego mi juventud, mis hermanos, se casaron. En esa época me enamoré  de una graciosa y simpática chica, ella se llamaba Rosalía, había nacido en una ciudad también de Polonia llamada Krosno, ahí sus padres tenían una finca muy grande. Rosalia vivía con su hermano en Przemysl, él estaba muy bien acomodado, era dueño de un aserradero, el más grande de la ciudad y de un almacén de maderas. Era el año de 1.934 cuando contrajimos matrimonio, no tuvimos hijos. Nos mudamos de ciudad y durante cuatro años trabajé en la industria gráfica, en la ciudad de Kracov, luego en la medida en que me di a conocer, me dieron trabajos de mayor relevancia, hasta que pasé a trabajar al periódico Iktze, Ilustrurian Kurier Codzene, llegué a tener 120 empleados a mi cargo y entre ellos a tres judíos que me ayudaban en el trabajo técnico. El diario pertenecía a Dr. Pietroski, su tiraje era diario, se despachaba a todas partes, toda Polonia recibía el Iktze. Pero en verdad les juro que desde el periódico no me enteré de lo que pasaba con los judíos, fue afuera, en la calle, se hablaba, la gente al verme reaccionar como sorprendido, se tranquilizaban pensando que no podría ser verdad, decían que de serlo, yo ya me hubiera enterado.

 

En Polonia estalla la guerra en el año de 1.939, los judíos de Kracov empiezan a escaparse de los alemanes, se van caminando a Przemysl , esta separada por ciento cincuenta kilómetros de Kracov, pero quedaba más cerca de Rumania y luego el destino sería a Rusia, donde se pensaba estaríamos mucho más seguros.

 

Regresamos a Przemysl con mis suegros, dos días después, llegaron los alemanes. Los SS comienzan a matar, incendian las sinagogas. Luego de ciertos tratos con los rusos, los alemanes se van, por unos meses pensamos que nos habíamos escapado de esos asesinos. La llegada de los rusos en el pueblo, fue muy colorida, fueron recibidos con flores como salvadores, pero después descubrimos que a los nuestros, los mandaban a Siberia, a la parte más despoblada y fría de Rusia, ellos necesitaban mano de obra barata y así, primero nos quitaron nuestras propiedades y luego a los que se llevaban, los obligaban a trabajar hasta que el frío y el hambre los mataba.

 

Trabajé en una imprenta hasta que regresaron los alemanes, entonces nos volvimos a Lemberg con mis padres, estábamos más cerca de los rusos.  Trabajé en otra imprenta, por un año, luego los rusos se vieron en la obligación de abandonarnos, los alemanes venían con toda su fuerza y su maldad. Durante toda mi vida me he hecho la misma pregunta, ¿¡por qué no huimos con los rusos?, ellos me ofrecieron trabajo y ayuda. Ahora con la serenidad que adquirí luego de los ochenta años, me doy cuenta, que no iba a dejar a mi familia abandonada, sola, no podía escaparme de mis responsabilidades.

 

Estalla la guerra entre los alemanes y los rusos, entran los alemanes con sed de sangre, empiezan a recoger a los judíos. Matando sacan a las gentes de sus casas. Los Ucranios ayudan a los alemanes. Pasan unos meses de la llegada de los alemanes, los Ucranios están celebrando una fiesta a su héroe nacional, un nacionalista llamado Petlura, era un día festivo. Recogen a 1.000 judíos hombres, entre ellos estoy yo, nos llevan caminando por toda la ciudad, sus gentes disfrutaban del acontecimiento, ellos conocían nuestro corto futuro, nosotros no. En mi trabajo había ayudado a muchos ucranios, a uno de ellos en especial, sin interés alguno, le enseñé el oficio de artes gráficas, ese día en cuanto me vio en la plaza y a sabiendas de lo que me esperaba, habló con el comandante ucraniano, se conocían muy bien ya que su hermano, también era oficial, le pidió que me salvara y éste lo complació, logró por escasos minutos sacarme del grupo de judíos que estaban en la plaza principal del pueblo esperando la orden del comandante: ¡apunten!, fuego.

 

Es increíble lo que pasó, todo el pueblo celebraba. Al igual que en una corrida,  durante la espera de la muerte del toro, disfrutaron con el asesinato, con la masacre de ese día. Apenas había podido alejarme unos cincuenta metros cuando sentí los tiros, oía la algarabía de la gente. Mi amigo me apresuraba, me obligaba casi a correr, en el camino me preguntó si tenía algún sitio en donde esconderme por unos días, le hablé de una amiga, que durante mi juventud fue una noviecita, se llamaba María. Del brazo me llevó hasta donde ella y me dejó, María me ocultó en su casa por unos días. Esa masacre, fue un acto de cobardía, los alemanes temiendo que los judíos jóvenes pudieran de alguna manera atacarlos, se adelantaron a los acontecimientos, acabaron con mil muchachos en la flor de su vida.

 

Al pasar unos días volví a mi casa, ni siquiera mi esposa estaba al tanto de mi suerte, ella me suponía muerto, para ella fue un verdadero milagro mi regreso. Meditamos sobre ¿qué hacer?, decidimos irnos de Przemysl, regresamos a la casa de mi hermana mayor, Regina.

 

Por segunda vez ya estaban los alemanes, había un gueto, nos metieron a toda la familia, nos llevaban a la ciudad a trabajar en cosas insignificantes, esto duró un año y medio. Cuando supieron que los rusos vendrían cerca del fin del año 43, decidieron liquidar el gueto. A mis padres y a mi hermana Bela los llevaron a un campo de exterminio llamado Belzec. Este quedaba pasando Lemberg en la misma Polonia. A través de unos amigos cristianos polacos, nos enteramos que los había matado, que los exterminaron en los crematorios.

 

Cuando nos sacaron del gueto, hicieron una selección a los con oficios y a los fuertes los mandaron a un nuevo campo de contratación comandado por Schwammberger. Ellos tenían una imprenta, pero esta estaba desmontada, me asignaron como jefe de la imprenta, me daba las órdenes personalmente, el comandante Schwammberger, para él era un motivo de honor el poner en marcha esos hierros. Le hablé de un judío que me podría ayudar en la reparación y puesta en marcha de las máquinas, le dije que él estaba en el gueto, que me lo trajera y le prometí que en seis semanas, verías las máquinas como el quería.

 

Siguiendo mi consejo, el comandante me asignó a mi amigo como ayudante. Cuando lo llamaron en el gueto, pensó que sería su fin, estaba a punto de desfallecer, el hambre lo había estado matando poco a poco. No había sentido miedo, me dijo luego que ya estaba resignado,   no tenía fuerzas suficientes  para mantenerse y era muy poco o nada lo que le quedaba en la vida como para seguir sufriendo. Nuestro encuentro fue increíble, al verme vio el cielo abierto, me abrazó y siempre agradeció mi gesto.

 

  Pasados dos meses, las máquinas estaban trabajando, eran trabajos de propaganda nazi. Panfletos y más panfletos imprimimos. Pero la corrupción también estaba en Polonia, los oficiales venían a donde mí, para que les imprimiera trabajos particulares; tarjetas de presentación, invitaciones y demás. A cambio recibíamos alimentos. Esto después del hambre que pasamos fue lo que a la larga nos mantuvo con vida. La comida que nos daban como soborno la llevábamos escondida dentro del gueto y la compartíamos, puedo decir que mi esposa no pasó hambre mientras estuvimos en el campo de Schwammberger durante los diez y ocho meses en que trabajé en la imprenta.

 

Un día vino el comandante y me dijo que iba a liquidar el campo, nos mandó a desmontar todas las máquinas y que hiciéramos un inventario, que íbamos a trabajar a otro lado. En ese tiempo había unos cincuenta hombres en el campo, los SS los sacaron, los llevaron a fuera, a mí me sacaron de la imprenta y me pusieron con el mismo grupo, en ese momento sabía que me iban a fusilar. No me dieron tiempo ni de despedirme de mi esposa, eso era lo que más me preocupaba.

 

 De repente antes de la ejecución salió el comandante Schwammberger, se dirigió a mi en cuanto me vio, me agarro por el cuello y me dijo gritando, ¡tu vas a otra parte!, él me salvó por un rato, me saltaron las lágrimas cuando después oí los disparos, no dejaron a ninguno vivo.

 

El regreso al campo fue inolvidable, temblaba de rabia, de dolor, el miedo se había apoderado de mí. Mi esposa me hizo ver que aún estábamos vivos, que de alguna manera debíamos de  alegrarnos decía que la suerte no nos había abandonado.

 

En esos días empezaron a liquidar el gueto, nos agarraron a varios y nos mandaron a limpiarlo, mientras tanto, había sacado a 300 personas y las tenían en el otro lado, escuchamos los disparos, sabíamos que los había liquidado, de un total de 2.000 personas que éramos al comienzo, solamente quedábamos menos de 30. Muchos judíos había hecho cuevas dentro del gueto con la esperanza de salvarse, cuando empezaron a liquidar el campo, no dejaron sitio alguno sin chequear, a los que encontraban en los búnker, los mataban ahí mismo, no existía lugar seguro, ellos no querían dejar testigos.

 

Schwammberger, tenía un capo judío llamado Jonás, era peor que diez alemanes a la vez. Viendo que se acercaba a su fin, logró escapar con otros tres, se escondieron un par de días pero con los perros policías lograron descubrirlos y los mataron en el sitio.

 

Un día vinieron tres oficiales ucranianos SS, venían acompañados de Schwammberger, nos dijeron tanto a mí como a mi compañero de trabajo, que nos íbamos con la maquinaria para otra ciudad. Ellos no se imaginaban que yo entendía su idioma, o talvez no les importaba. El hecho es que durante los dos días que tardamos en hacer los preparativos para llevarnos toda la maquinaria con sus herramientas, los oí hablar de Auschwitz, era allá a donde íbamos, ya sabíamos lo que nos deparaban para un próximo futuro.

 

Logré demorar por unos días el desmantelamiento de las máquinas. Durante esos dos días, medité, pensé en escapar, hablé con mi esposa, pero no había ningún tipo de oportunidad, los alemanes en la medida en que se veían más acosados, más debilitados, eran más sanguinarios, menos humanos. Ese día después de haber  cargado toda la maquinaria en el tren, nos montamos mi amigo y yo junto con los tres SS ucranianos, que estaban vestidos con uniformes negros, en el vagón de pasajeros. Veníamos escoltados por ellos. En el campo usábamos ropa de civil, no teníamos los pijamas de presidiarios,   la única diferencia con los campesinos, la hacía la estrella de David  que nosotros los judíos portábamos.

 

Antes de partir le rogué a Schwammberger, que dejara a mi esposa acompañarme, no me lo permitió, mis ruegos no fueron escuchados. Al despedirme de ella, le prometí que volvería a por ella, que me esperara, que de alguna manera trataría de escaparme y la vendría a buscar.

 

La recuerdo con mucha entereza, decía que nuestro futuro ya estaba decidido y que sería lo que Dios quisiera. Sé que rezó por mí, ella temía por mí más que por ella misma, me abrazó y nos despedimos para siempre.

 

Montados en el tren, no paraba de pensar en ella, no me resignaba a perderla, tenía la obligación de intentar cualquier cosa, de repente se me ocurrió que podría saltar del tren en marcha. Lo comenté con mi amigo Motek, me creyó loco, me dijo que no tendría oportunidad de sobrevivir, que de salvarme del golpe, los alemanes terminarían fusilándome. Esto no me amilano, el destino que llevábamos, Auschwitz además de muy lejano sería nuestro fin. Después de unos ochenta kilómetros de recorrido del tren, le dije a los SS, que necesitaba ir al baño, uno de ellos me acompañó y se quedó custodiando parado en la puerta.

 

Los nervios estuvieron a punto de delatarme, trate de calmarme. Lo que tenía en mente podría ser detectado. Sentí el deseo de escaparme y el miedo a perder la vida, ambas cosas luchaban dentro de mí. Estos años que duramos como prisioneros, mermaron nuestra capacidad,   nuestra confianza. Los alemanes nos había manejado de tal manera, que se podría decir que casi carecíamos de criterio, pero yo le había prometido a mi esposa que regresaría y no la iba a defraudar. Ya en el baño, empecé a recuperar la calma, sabía que podría contar con unos escasos minutos, sería ahora o nunca y sobre eso si estaba seguro de lo que quería. El tren iba a gran velocidad, recuerdo que me costaba demasiado poder fijar la imagen en alguno de los cuadros del horizonte que pasaban por la ventana. Vi la posibilidad de tratar de asomarme y   bajarme poco a poco, pero sabía que los guardias que estaban apostados sobre el techo me dispararían a matar. Lo primero que hice fue abrir la ventana de par en par, traté de no mirar, no me querías acobardar. Luego, respiré profundamente, recé Shema Israel, tomé un fuerte impulso y salté del tren en marcha.

 

Caí, no sentí dolor alguno, los guardias comenzaron a disparar, el tren se detuvo. Los soldados siguieron disparando, ellos no podían decirle a sus superiores que un judío se les había escapado. Pasaron unos minutos y el tren continuó su marcha. Me incorporé, me revisé todo el cuerpo, no tenía milagrosamente fracturas, no sufrí ni siquiera rasguños. En mi mente se batían muchas ideas, pero la primera, era cumplir con la promesa que le había hecho a mi esposa, debía de regresar por ella.

 

Siguiendo los rieles del tren traté de regresar al campo. En el camino un campesino que venia en una carreta de caballos, me gritó, me llamó y me obsequió un pan, recuerdo que me dijo " cada uno debe de hacer lo posible por salvarse", él no sabía como me escapé, pero si me reconoció como judío. Este hombre me demostró que aún había gentes buenas. Con las energías repuestas, el ánimo despierto y con el sentimiento de triunfo logrado después de mi fuga, fui en busca de mi esposa. Por dos días caminé hasta llegar al lado del campo, me encontré a un polaco que trabajaba al lado y me contó lo que había pasado: Al llegar el tren a su destino, telegrafiaron diciendo de mi intento de fuga, fue tal la rabia que le causó a Schwammberger, que se dirigió al campo donde quedaban sólo 20 supervivientes, de los 1.200 que éramos al comienzo, sacó a mi mujer y a dos mujeres más y el personalmente las asesinó.

 

Me enteré luego por un conocido, que cuando la llevaban a fusilar, gritaba  "Stefan, yo no te delaté". Sabiendo a mi esposa muerta, no tenía nada más que hacer en ese sitio, me acordé de mi amigo Ucraniano que una vez me salvó la vida, me encaminé a su casa. Al llegar lo primero que me preguntó era de que si tenía dinero, le di las pocas pertenencias que me quedaban, mi reloj y una cadena de oro, las cosas importantes se las había dado a mi esposa antes de partir en el tren, supuse que ella se salvaría  y les serían mas útiles que a mi. No te preocupes, que yo te esconderé, me dijo mi amigo el ucraniano. El vivía con su esposa, dos hijos y además era hermano de un oficial SS ucraniano. Me ocultaron en un cuartucho muy pequeño que tenían en el sótano. Cuando llegué era a finales del mes de diciembre del año 43 y me escondieron hasta el mes de junio de 1.944. Hablar de esa familia, de su trato para conmigo, me es muy difícil, a veces se ocupaban de cuidarme, me daban ciertos alimentos y a veces cuando el hombre bebía, gritaba que me mataría, que mataría al judío.

 

Seis meses pasé escondido en su casa, en los primeros meses se portó muy bien con migo, luego el también se asustó, se preocupaba por su vida y la de su familia. En caso de haberme descubierto los alemanes en su casa, no hubieran dudado en fusilarlo. El espacio en que me ocultaron era tan reducido, que no podía caminar, cuando llegaron los rusos estaba completamente calvo, no podía caminar y me sentía muy enfermo. Mi amigo   me llevó al hospital. Ahí permanecí por otros seis meses.

 

Al salir del hospital, estaba en manos de los rusos, me encontré con unos conocidos, me ayudaron, se estilaba ayudar a los sobrevivientes, de alguna manera éramos una especie de héroes. Me dirigí a Lemberg, quería saber del paradero de mi hermano y de mi familia. Cuando llegué, no encontré a nadie. Vi a un viejo amigo y le pregunte sobre mi hermano, no lo había visto, mi tristeza no me abandonaba, la esperanza de encontrarlo con vida hubiera llenado un poco el vacío que sentía. Una semana después mi hermano tratando de encontrarme fue a Przemysl, por casualidad lo vio mi amigo y le dijo que yo estaba vivo, que lo estaba buscando. Mi hermano  tenía papeles con nombres falsos y siendo un ingeniero mecánico logró conseguir trabajo como ingeniero agrónomo en Lublin, trabajó con un terrateniente muy rico y éste sin querer lo salvó junto con toda su familia. Nos fuimos a Lublin donde estaba el primer gobierno polaco, el tenía muchos conocidos dentro del gobierno. Me consiguió trabajo en una imprenta muy grande. Al poco tiempo fui ascendiendo dentro de la imprenta, luego me mandaron con ascenso de puesto y con ingresos superiores a la ciudad de Lodz, donde trabaje por diez y ocho meses. Esos meses, puedo decir, que me fue bastante bien.

 

En ese tiempo conocí a mi nueva esposa Ana, ella también era otra sobreviviente, pero esa es su historia, sé que luego la contará. Ninguno sentía deseos de quedarse en la tierra que nos había hecho tanto daño, temíamos que la historia se repitiese, luego de tantos sacrificios y pérdidas, merecíamos un lugar más tranquilo donde vivir, donde poder formar un hogar, donde nuestras raíces pudieran arraigarse profundamente. Teniendo familia en Francia y ya terminada la guerra nos dirigimos a donde ellos.

 

Mi familia nos  recibió y nos ayudó, me recomendaron coger un curso de marroquinería que duraba un año, esto servía como excusa para poder quedarnos. Terminado el curso las autoridades nos presionaron para que partiéramos.

 

Era el año de 1.948, teníamos familia en los Estados Unidos y en Venezuela a un amigo. En el primero no conseguíamos cupo, lo único que nos podían facilitar era una visa de tránsito válida por un año, pero para eso debíamos tener un destino final. En Venezuela no daban visas a los judíos, era una época difícil, la iglesia tenía todo el poder. Fue gracias a un sacerdote conocido que pudimos solventar nuestro problema.

 

Ya resuelto el impase, recibimos la visa americana de tránsito y la venezolana como transeúnte. Nos embarcamos y llegamos a América, la Estatua de la Libertad y la familia nos esperaban, durante todo un año trataron de arreglar nuestros papeles, pero fue inútil, viendo que  se acercaba nuestra hora, nos llevaron a ver distintas maquinarias para la fabricación de carteras, me las compraron y así llegamos a Venezuela con nuestra arepa bajo el brazo.

 

Durante 33 años trabajé en mi industria de marroquinería, a veces tuvimos hasta 30 empleados. Al recordar en este momento mi pasado siento lo mismo que cuando estando en el tren vía  Auschwitz antes de saltar, las imágenes volaban, no las podía fijar. Pero los momentos gratos, las alegrías que se me dieron en este, mi país, han sido innumerables, las satisfacciones fueron únicas. Al igual que  permitió que Luís, nuestro único hijo, naciera a los tres años de nuestra llegada en éste país libre y grande.

 

 

FUENTE: STEFAN HORSZOWSKI GOTLIP
Samuel Akinin Levy

 

 

 

 

   [Lecturas y cursos]  > [Poesías] > [Sección Samuel Akinin] >[Religión Judía y  un pueblo]

 

 

 

 Foro

Autor de este escrito Samuel Akinín Levy. Webmaster: Javier R. Cinacchi - Aclaraciones legales y política de privacidad
(Prohibida la reproducción parcial o total  del contenido de esta Web sin el consentimiento escrito del autor. Puede poner un link a esta pagina.)

Página principal: Cursos gratis, juegos lecturas y más!