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A Cupido
de Ignacio María de Acosta

Mira, traidor Cupido;
Mira, rapaz aleve
ya que mi mal te place
y mis tormentos quieres,
que no temo los tiros
de las saetas crueles
con que en el pecho triste
tan sin piedad me hieres.
Y si gustas burlarte
y atormentarme siempre;
hiere también a Elvira
y dos cautivos tienes.


Esta poesía forma parte del libro "Delirios del corazón".

El astro errante
de Olegario Víctor Andrade

Yo era el astro que erraba en el espacio
Al azar de los vientos de la vida,
Y tú fuiste la estrella misteriosa
Que me brindó su lumbre bendecida.


Sin ti, la eterna noche me rodeara
Como al astro maldito del vacío,
Y mi vida sin ti se consumiera
En perpetuo y estéril desvarío.


Tú me diste la fe que me faltaba,
Me calentó la luz de tu mirada,
¡Y esa luz, que me envidian los extraños,
Es la luz de tu amor, es luz prestada.

 
La sonrisa
de Ignacio María de Acosta

Esa sonrisa hermosa
que entre tus labios juega
como el ligero soplo
del aura en la flor bella,
aquí, en el alma causa
una impresión secreta,
que a comprender no alcanza
mi pobre inteligencia.
Me burlan mis amigos,
y Clori la discreta
con sus malignos ojos
también me burla, Iselia,
si mustio, pensativo,
absorto en mis quimeras,
sorprendenme en la choza
o bien en la pradera.
Ignoran mi secreto
y a mi aflicción extrema
ni aun el consuelo triste
de compasión le queda.
Preguntadme la causa:
mas ¡cielos! quién creyera
que es tu sonrisa hermosa,
Encantadora Iselia...?


Esta poesía forma parte del libro "Delirios del corazón".

Masa
de César Vallejo

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos repitiéronle:
"¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos lo hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazo al primer hombre; echóse a andar...

 

 

A Cupido
de Ignacio María de Acosta

Mira, traidor Cupido;
Mira, rapaz aleve
ya que mi mal te place
y mis tormentos quieres,
que no temo los tiros
de las saetas crueles
con que en el pecho triste
tan sin piedad me hieres.
Y si gustas burlarte
y atormentarme siempre;
hiere también a Elvira
y dos cautivos tienes.


Esta poesía forma parte del libro "Delirios del corazón".

El astro errante
de Olegario Víctor Andrade

Yo era el astro que erraba en el espacio
Al azar de los vientos de la vida,
Y tú fuiste la estrella misteriosa
Que me brindó su lumbre bendecida.


Sin ti, la eterna noche me rodeara
Como al astro maldito del vacío,
Y mi vida sin ti se consumiera
En perpetuo y estéril desvarío.


Tú me diste la fe que me faltaba,
Me calentó la luz de tu mirada,
¡Y esa luz, que me envidian los extraños,
Es la luz de tu amor, es luz prestada.

 

Adiós
de Estanislao del Campo

De pesar una lágrima sentida
No brote, no, de tus hermosos ojos:
¿Por qué llorar mi muerte si mi vida
Era un erial de espinas y de abrojos?

No puede ser mi luz el dulce brillo
Que derrama en efluvios tu pupila,
Y es mi infierno el que irradia del anillo
Que otro en tu mano colocó, Lucila.

¿Qué iba a hallar este pobre peregrino
A un desierto sin término lanzado?
¡Adelfas y cicuta en su camino?
¡Oh, no las hay en el sepulcro helado!

En el mar proceloso de la vida
El amor es el puerto de bonanza;
¿Y a dónde guiar mi nave combatida
Si mi amor es amor sin esperanza?

¡Venga el rayo de plomo, que hoy por suerte
Sobre mi frente, amenazante oscila;
Y en la mansión oscura de la muerte
La paz recobre el corazón, Lucila!

Amistad de arroyo correspondida en llanto
de Pedro Soto de Rojas

Ya de cristales de tu curso bello,
clara verdad de las vecinas flores,
murmuran sin recato mis amores
cuando más tiernamente me querello;

ya me descubren la coyunda al cuello
mis mejillas surcadas con dolores,
marchitas de sus campos las colores
y nevados los montes del cabello.

Bien claro, amigo arroyo, me has mostrado
-mas qué mucho- mi loco desvarío,
si doctrinas los troncos de aquel prado;

pues hoy harás emulación al río
con la paga que ofrezco a tu cuidado
en las corrientes de este llanto mío.

 

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