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Novela corta gratis completa

Autor Javier R. Cinacchi


Autor Javier R. Cinacchi, 2021 algunos derechos reservados; ver en el pdf del cuento / novela los permisos de difusión. Si tienes una editorial puedes imprimir el libro gratis sin variar nada de la novela, incluye el nombre del autor en cada página.
Es la página aprox. 30 del libro.
(Por si entraste por acá, comienza aquí: Novela corta de fantasía.)
Capitulo 4: Buscando la entrada al infierno.

Tenían que cazar a un enemigo, para poder drogarlo, y que les dijera dónde está la entrada a su asentamiento. Ya se encuentran en los bordes de la montaña del cielo negro, lugar donde nadie transita de los que quieran volver sanos a su casa. Así suele ocurrir en los asentamientos de los endemoniados: primero desaparece mucha gente a su alrededor, luego se rumorea que de esa zona nunca nadie vuelve, que cosas misteriosas deben pasar allí, al fin comienza a intervenir el reino, o les pasan la misión a la iglesia, después de todo para algo tienen soldados. El bosque es muy tupido, y generalmente el cielo se lo ve negro por las nubes espesas. Hay continuas lluvias, aveces de varios días. Los caballeros puros, le colocan una sustancia en el agua para sentir menos frío, y comen una especie de galletas cuando están en campaña de batalla, que les dan fuerza, son analgésicas, y no se les resta masa muscular, por falta de entrenamiento… sí, son muy meticulosos, por eso uno vale por muchos. Están bien equipados, pero ¿Cuánto pueden aguantar el desgaste de los enemigos, estando día y noche alertas? Tardaron cuatro días en llegar a un borde de la montaña.
Y en cuanto llegan, logran divisar claramente a dos vigías que les disparan flechas. Esta vez los disparos no son certeros. Los caballeros se cubren, y Tornado, le hace una seña al Flaco para que se encargue; mientras, los otros dos que siempre estaban separados, ya los estaban encerrando a tales vigías.
El Flaco se movió rápido como una liebre, saltando y yendo de aquí para allá, le tiraron a él, pero estaban lejos de darle. Al fin rodearon el árbol donde se encontraban, vieron una plataforma de madera, los dos caballeros puros apuntaron con sus ballestas, El Flaco trepó, ayudándose con dos dagas, y esquivando apenas dos piedras que le tiraron, y eso que lo cubrían sus compañeros, pero las patearon hacia abajo... Asoma un instante la cabeza por sobre la madera, y observa a dos mujercitas, jóvenes, claramente de los endemoniados, tatuadas, con ojos negros, asustadas, aunque con apariencia de der peligrosas. Una abrazada a la otra temblando contra el árbol.

Es la página 31 del libro.
El Flaco agacha la cabeza en gesto de lamentarse, y expresa un buen insulto...
– No les haré daño, subiré.

Llueve, ellas intentaban contener un leve llanto, les hizo dejar sus armas, y lo hicieron, no sin tratar de clavarle una espada. Tenían arcos con pocas flechas, se veía unos suministros allí, y un cuero teñido de verde y marrón, para taparse del clima o quedar camufladas, y poseían dos pequeñas espadas cada una. Bajaron mediante una soga con nudos.
Las capturaron, les ataron los pies y manos, las manos por delante para verlas, a sus piernas. Se larga un chaparrón, fuerte y truena. Bennett dijo “voy a vigilar”, y Alland dijo “Y yo”. Y El Flaco les preguntó si querían agua, y una le sonrió empapada por la lluvia, y le dijo “no gracias”. Y les preguntó otra cosa:
– ¿Cómo llegaron a estar así?
– Somos nacidas en la montaña, y cumplimos nuestro deber del momento.
–¿Cuántos son? – Siguió preguntando él.
– No somos tontas, antes de darles información moriremos. –gritó la otra, y El Flaco le tapó la boca delicadamente, y la amordazaron. – Corazón – Siguió diciéndole El Flaco a la otra que le había sonreído–. Si no hablas tendremos que drogarte. Matarte no podrán, estás protegida, y una vez que te demos de beber tal preparado especial que tenemos, nos dirás toda la verdad y te dejaremos libre, pero te dolerá todo, y quedará dañada tu cabeza.
Y la mujercita se puso a llorar tratando de no hacer ruido, los caballeros se desplegaron, y las dejaron en medio de los caballos junto al Flaco.


Es la página 32 del libro.
El Flaco pensó: “Qué fácil que la hicieron, me dejaron a mi esta carga, y estas dos criaturas que ya están condenadas, si vuelven quien sabe qué les harán, y si están con nosotros cómo terminarán”. Se las veía como a dos animalitos asustados, aunque claro que de tener una espada duda de si se la clavarían o no. Nuestro héroe estaba que contenía la tristeza, y ellas sentían calor en el pecho, porque él se moría de amor, y lo irradiaba. Y los caballeros puros preferían ni acercarse, ni decir palabra alguna.

– Siento raro el pecho señor – dijo la que podía hablar entre sollozos.
– No me extraña –le respondió él, y añadió–. No es nada, no te preocupes.
Las dejó ahí, rogando que se escaparan, y fue a Tornado. Se miraron en silencio, se acercó Albano, y fue él quien comenzó a hablar: –Dejémoslas libres señores, y que el destino se encargue de ellas. No vamos a torturar a dos niñas indefensas para arrasar un asentamiento.
– Estoy de acuerdo –Dijo Tornado. Añadió–, es posible que no sea un simple escondrijo, que sea todo una fortaleza o villa oculta, con guardias, y vivan familias enteras de los endemoniados. Cada vez detestamos más esta misión.
– ¿Y si las adopto como mis siervas? –Fue la voz obviamente del Flaco, media ahogada de emoción. Se lo quedaron mirando unos segundos.
Albano no quiso escuchar más y se alejó. Solo se había acercado para que no decidan hacerles daño o dos niñas, que incluso tal vez podrían ser rescatadas de su oscuridad. Le respondió Tornado enojado por la situación.
– ¿No era que querías pasar desapercibido? ¿Y tendrás como sirvientas a dos de los endemoniados? Sácales la información que puedas, y pasa por como si desobedecieras y les cortas la soga. Diles que escapen, y nadie las detendrá, pasaré la voz. Y ya apurémonos que sea lo que Dios quiera. O no, ¡y que vengan a atacarnos así nos defendemos y se termina todo esto! Ya largo. ¡Un poco más y la llamas “mi amor”!

Es la página 33 del libro.
Cuando regresó a ellas, El Flaco que nunca les quitó la vista de encima, se sentó delante fastidiado, no dijo nada. Al poco se paró, y les hizo de guardia para pensar un poco. Buscó en su caballo una botella de hidromiel mezclada con aguardiente, y tomó unos tragos. Sus compañeros no se veían, estaban entre la espesa vegetación y el accidentado lugar, lleno de irregularidades.
Y el héroe pensó “¿Y si le pregunto a ellas qué quieren? Me importa una mierda que se quejen mis compañeros.”
Y ambas lo miraron acercarse al extraño enemigo con sus armas, viéndole ahora decisión en los ojos, de apariencia orgulloso, en un bosque, estando atadas e indefensas. Ellas llorosas y asustadas. Se sentó bien cerca de ellas, y él le preguntó lo que venía pensando, y se sorprendieron por tal pregunta; se miraron, y la que podía hablar dijo lo obvio.

– Dejanos escapar.
– Dame información, algo que me sirva.
– ¡Somos muchos, déjennos en paz!
– Eso no se puede. Dañan en el reino, raptaron, y están a poco de la capital, y con la hija del padre de la iglesia a modo de trofeo. – Ella debe estar encerrada en la montaña, dentro, en el lugar donde se entrena, indaga, y prepara. Allí se suele estar dos años –Hizo una pausa y añadió–. Déjame ir, nosotras no tenemos la culpa de nada, diremos que nos pusimos a llorar y nos dejaste escapar.
– ¿Dónde está la entrada al lugar? Tarde o temprano igual lo encontraremos, si no somos nosotros serán las tropas del príncipe. Ellos no son puros como nosotros, ¿entendés? Tienen que irse. Este lugar no pueden retenerlo más. –E inmediatamente que dijo esto, se arrepintió de hablar demasiado, pero añadió– ¿No pueden hacer que se escapen los indefensos?




Es la página 34 del libro.
– Eres bueno señor, espero tengas largos días. El pueblo al que pertenezco dice: “Todo súbdito es presa de su reino”. Hay varias entradas, sube por el río que posee una piedra al lado de un árbol agujereado. Del río trecientos metros, y a la derecha. A la entrada hay un lugar amplio, y en él arqueros y guardias, y que tu Dios te cuide, y se acuerde de nosotras.
– Que así sea – Les respondió, y les cortó las ataduras discretamente.
– Disculpame que intenté matarte –Dijo la que estaba hablando, y cuando El Flaco miró a la otra añadió–, si te volviera a ver intentaría ayudarte.
– Si vas por ese camino morirás estúpido –dijo la otra en voz baja cuanto se sacó la mordaza, y añadió–. Pero gracias.
...Y lo besó en la boca, mientras El Flaco le agarró los brazos para que no lo apuñale, en cuanto se acercó a él, y las miraba a ambas. Le llamó la atención como lo miró un segundo antes de irse, y él no aguantó disfrutar de su boca, y el sumergirse por ese instante en sus ojos de noche, sin luna ni estrellas. El Flaco hizo un suspiro casi imperceptible.

Le llamó la atención ruidos aunque estaba todo lleno del ruido de leve lluvia, lo que escuchó sonó distinto. El héroe se cubrió con su escudo, por delante de su caballo, encendiéndose su enojo; mientras ellas se iban perdiéndose entre el bosque, él estuvo alerta con su espada y arco pese a que quería seguir viéndolas. Al poco tiempo apareció Gawain, El Flaco se relajó, y le dijo Gawain al estar frente a él.
–Maté a otros dos asesinos, no pensé que esto iba a ser así. Y no es nada fácil capturarlos vivos…
–Sí que está complicado, pero las capturadas, me dijeron cómo encontrarlos, aunque obvio que tal vez sea una trampa. –Respondió El Flaco, y Gawain le dijo lo que ya todos estaban pensando.
– ¡Al fin! ¿Qué importa si es una trampa o no? Al menos no moriremos por el sueño, o volviéndonos locos.

Es la página 35 del libro.
Gawain, tenía una pequeña herida en el antebrazo, una punta de una espada había atravesado su armadura. El Flaco le dijo que mantenga posición, que iría con Tornado. Y así lo hicieron, y cuando lo encontró había peleado contra cuatro y se estaba reponiendo. Los estaban rodeando. Allard había dado muerte a dos arqueros, y se acercó a los caballos, comenzaron a volar flechas contra ellos, y ellos las responden. Cae otro caballo herido, le sacan las cosas, lo sacrifican. Tornado dio la orden.
– Movámonos.

Allard logra ver a uno mientras se retiran, le ensarta dos flechas, confirmado por el grito de dolor que escucharon.
Y se fueron abriendo paso, a espada, dardos de ballesta y flechas. No podían frenarlos, intentaban agarrarlos de sorpresa una y otra vez, pero los seis eran como un fuego que quemaba a su paso sin poderlo apagar.
El que tuviera que recuperar fuerzas, iba a cuidar al equipo, y aún aveces peleaba allí, pero inmediatamente alguien se acercaba a su ayuda. Y los endemoniados, avanzaban y retrocedían a cada rato, pero iban cayendo en combate. Estuvieron así hasta la noche, vieron el lugar que les contó la cautiva, pero no fueron por allí. Siguieron de largo unos cuatrocientos metros, por ser hora avanzada y necesitar descanso, y se refugiaron en una cueva. Se dijeron “Que vengan por nosotros si lo desean, aquí morirán, o si morimos, antes mataremos a muchos”.
Ni bien estuvieron dentro de la cueva, se pusieron a hacer una zanja y montículo, bien adentro para protegerse cuerpo a tierra y bajar a muchos que se atrevieran a entrar, si lo hacían, fue pequeña la zanja, había poco suelo de tierra adentro, pero lograron darle un poco de forma. Afortunadamente hasta ahora no habían visto a endemoniados con armaduras de placas. Hicieron la cuenta que hasta ese momento ya habían matado en total a más de veinte, y además herido mínimo a cinco más, y no se decidían qué hacer, pero recuperaron fuerzas. Desde que penetraron profundamente en el bosque, algunas aveces los atacaban los endemoniados, generalmente entre dos o cuatro de ellos, y al ver que no podían se retiraban -si no caían muertos antes-, así fue una y otro vez. Pero al llegar allí ya parecían estar rodeados. Luego, en la cueva, solo les tirarían flechas de lejos, durante todo el tiempo que estuvieron, de forma intermitente. Indudablemente ya no tenían al factor sorpresa de su lado nadie.

Es la página 36 del libro.
A las horas.
– ¿Acá no funciona eso de hacerse invisible no? – Dijo en chiste El Flaco, cansado con la zanja y el montículo, alcanzando piedras desde el fondo.
– ¡Je! –respondió Bennett, que estaba preparando la comida con la armadura puesta (pan con queso, carne salada, y unos suplementos)– Cómo habrás notado, entre ellos y nosotros, como que nos anulamos mutuamente. Ni ellos nos pueden afectar a nosotros, ni nosotros prácticamente a ellos. Como mucho nos sentimos incómodos mutuamente. Y tampoco es que nos dan tiempo para desendemoniarlos ¿no?
– Va a ser difícil salir de acá. –Dijo Gawain
– Así es –dijo Tornado–. Como sabemos nos lloverán flechas. Estuve meditando. Flaco, seremos vos y yo.
– ¿Sí?
– Vos y yo, iremos al lugar ese que indicó. Los demás nos ayudarán a romper las filas enemigas, nos abriremos el paso, y se lo cerrarán a ellos, que seguro nos rodean aquí. Mínimo estarán la mitad de los recursos que les quedan afuera, tratando de contenernos. Y nos sitiarían si se lo permitiéramos. No podemos demorarnos. Se quedarán aquí peleando y defendiendo mientras usted y yo vamos. Y Usted señor, se las arreglará para cumplir su misión, cuando estemos dentro. Tendremos la ventaja que los enemigos estarán divididos, y ya hemos matado a unos cuantos, y mataremos a otros tantos al salir. Es peligroso, obvio. Pero si no pudieron contra nosotros hasta ahora, están buscando agotarnos, y no lo podemos permitir o moriremos. Intentaremos una vez, y nos reuniremos aquí nuevamente. Después de todo no son un ejercito, son un grupo de bandidos, asesinos, y estudiosos raros.
– Suena lógico –añadió El Flaco– Y tendremos que movilizarnos de noche, apuntarán peor y estarán menos atentos que de día.



Es la página 37 del libro.
– Sí, lo pensé – Dijo Tornado.
Ambos, comenzaron a comer una barra de un alimento que les permite no dormir, y pelear con renovadas fuerzas otro día entero, aunque luego estarán ya cansados de forma extra. Los otros cuatro simplemente se tomaron una infusión, que brinda el efecto durante una hora.

Con escudos en mano, en medio de lluvia y a los gritos, salieron los seis, con sus espadas, y ballestas o arco, salieron disparando. Dos se enterraron en el bosque sintiéndoles les rebotaban las flechas, dos les cubrieron las espadas a Tornado y el Flaco que corrieron. Se escucharon los sonidos de batalla y gritos de muerte. Al Flaco le impactaron algunas flechas, y nuevamente lo bajaron de una que sintió fuerte en su cabeza. Tornado lo cubrió, el Flaco se paró, y otra flecha impactó en su cuello hiriéndolo de costado, le quedó la flecha atravesada, enterrada casi hasta las plumas. Sin embargo estaban ganando los caballeros. Tornado con la habilidad de su ballesta, baja a dos de lejos que atacaban a sus compañeros y no estaban atentos a él; sus compañeros se enfrentaban a varios, y él se para en postura para pelear contra dos con su escudo y espada. Pensó “Ya que frenaron mi avance ahora que me enfrenten”.
– ¡Flaco! ¿Sigues en pelea?
Se le abalanzan contra Tornado, dos hábiles y fuertes guerreros. Que lo traban entre su escudo y espada evitando la espada de Tornado, y forcejean, y lo contienen. El Flaco mientras se sostiene la flecha en su cuello, saltando de costado contra contra uno, lo empuja, y se agacha a tierra. Tornado se libera, hace distancia entre ambos y los mata no sin que le cueste.
“Sigamos” se escuchó al Flaco, agachado. Y corrieron, con él sangrando. Una vez rotas las líneas enemigas, aún escuchándose recia batalla a lo lejos. Ya sin estar al alcance de su vista los otros, por el bosque y formaciones rocosas, Tornado le dice al Flaco.
– ¿Puedes arreglarte con unos minutos?

Es la página 38 del libro.
– Sí.
...Y se hizo de muro mientras el Flaco se arrancaba la flecha entre la montaña y Tornado, y se colocaba una venda con un emplasto que posee cualidades antibióticas. No los seguían, seguramente los cuatro caballeros acaparaban toda su atención a vida o muerte.
– ¡Carajo! –dice El Flaco–. No tengo mi armadura preparada para huir.
Tornado rió, y avanzaron a trote, subieron por el río. Se ocultaron detrás de unas rocas, le revisó el cuello, no era grabe. La flecha le había atravesado entre los músculos del cuello, ya que si bien tenía metal atrás y en los costados, no totalmente, y como que apenas lo hirió a unos centímetros del borde. Siguieron avanzando a paso rápido. Vieron una caverna, y alguien que se metía adentro, se apuraron más. Y los recibió a las puertas del infierno de los endemoniados, afuera, a unos cuarenta metros. Un guerrero con armadura pesada y maza, más grandote que Tornado, y se comprendió que pelearía contra él. Se posicionaron uno frente al otro, y comenzaron a medirse, calcularse, y acercarse uno a otro contrincante, hasta que, golpes mediante, se trabaron fuerza contra fuerza. Y el Flaco se acercó unos metros más a la entrada, y miró un poco hacia dentro; y vio entre pequeños fuegos, a arqueros y guerreros con armadura ligera, hombres y mujeres... Lo vieron a él, pero mantuvieron posición, y los que podían miraban atentamente la pelea. Los dos contrincantes se destrabaron y se tiraron golpes, y se volvieron a trabar. El Flaco se alejó, no sea le claven otro flechazo.
Se escuchaban estruendos de los golpes de la maza del endemoniado contra el escudo de Tornado, muy fuertes golpes. Hasta que a un grito de Tornado, con técnica, logra trabarle los talones a su contrincante con su pie, y con un golpe de su espada, le da un golpe tal, que lo tira al suelo hacia atrás. Su contrincante tiró aún unos golpes con su maza, pero sin poder hacerlo con la fuerza suficiente, ni lograr levantarse aunque lo intenta.

Es la página 39-40 del libro.
Lo traba Tornado, y lo golpea con su escudo en el cuello varias veces, él le impacta con su maza en las costillas, aunque sin gran fuerza por la posición y el peso de su arma. Tornado soltó su escudo y con su espada a dos manos puso toda su fuerza para atravesarle la armadura a su contrincante, con gritos y ayudado con el peso de su cuerpo, enterró y enterró su espada entre dos uniones de la armadura de su oponente.

Sin embargo a los héroes, no les costó gratis llegar hasta allí. Están bien cansados, golpeados, y con considerables heridas leves. Tornado mostrando cansancio, volvió a agarrar a su escudo, ya bien abollado.
– Flaco –le dijo –, ya estamos casi adentro. Amigo mio, recuerde lo que acordamos. La victoria está cercana, para el que la alcance, un honor pelear a su lado. Espero tenga una larga carrera como caballero puro, es un honor al gremio.
– El honor ha sido, y es mio señor –Y añadió–. Dentro llegué a ver a arqueros, hombres y mujeres. Y asesinos endemoniados con espadas. No vi totalmente, pero nos están esperando.
– Seguro que sí –Dijo Tornado, añadió–. Andando...
– ¿¡Amigo!?
– ¿Qué ocurre?
– Esto es una mierda –continuó El Flaco–. Creo que este, aquí tirado, se sacrificó para que no lleguemos a las mujeres.
– Como todo combate real, mejor es que no existieran. Y sería mejor también que no nos ataquen ellas, pero algunas pelearán... Y tendremos que matar a las que peleen. Pero malditos los que raptan hijas del reino.
– Claro que sí señor. A vencer.
– Seguro –Dijo Tornado–.

Están como a cuarenta metros de la entrada. Mirando hacia adelante, el Flaco sonrió, Tornado estaba con cara como de piedra. Se tomaron unos minutos, masticaron otro mordisco del estimulante mientras sentían la fría lluvia. Y se pusieron firmes con sus ropas y armas, ensangrentadas, abolladas o rasgadas, y mal lavadas por la lluvia. Volvieron a tapar sus cabezas. Miraron el lugar desde afuera como quien se detiene a mirar una escultura, y sintieron el temor de sus enemigos, y sintieron la victoria a su espalda, al escucharla de la voz de sus compañeros, que gritaban para atraer a más enemigos hacia sí. Aunque les cuesta mantenerse en pie, el plan estaba funcionando. Tornado también les responde con un grito, que retumba, como diciendo: “Sigo peleando”.


Capitulo 5: Novela corta fanasía aventura y amor



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(1) Muy dichoso aquel que no se guió por consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de burladores se ha sentado:
(2) Antes, en la Enseñanza de Yahweh está su deleite, y en su Enseñanza medita de día y de noche. Salmo 1.

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