Autor Javier R. Cinacchi
Castillos levantados imponen,
cadencias que al tiempo dilatan.
Victorias firmes mantienen,
y las miradas los buscan.
Resaltan imponentes torres.
Ventanas en piedras partidas
por sufridos trabajadores,
que no han podido disfrutar,
más allá de que su obra perdure.
Se abrieron paso los castillos.
Colosales estructuras lujosas,
o colosales estructuras defensivas,
llenos de secretos recogidos
donde muchos han transitado.
Pero ahora los llenan los silencios...
inmensas habitaciones con nada,
guarnecidas con fuertes muros,
que resisten y encierran.
Destacan relámpagos en el horizonte.
Soportaron guerras del mundo,
sopotan el olvido de hombres,
aunque algunos, mueren.
Y aún dejan algo,
una histórica tumba,
de piedras que se levantan
luchando contra el olvido.
¡Hay que rescatar a todos los castillos!
Una vez destruido el techo,
el agua los va comiendo con muchos dientes
lluvia masticando con resonantes truenos.
De niños solemos jugar a hacerlos,
y nos encantan verlos.
Algunos aún de mayores
como sea los siguen construyendo.
Recorrer un castillo por dentro...
es muy distinto según cual sea.
Están los de lujosas lámparas,
llenos de brillos por dentro.
Otros parecen un laberinto de mármol,
donde los grises juegan con las sombras;
donde antiguos arquitectos han podido,
capturarlas, y pintar con ellas.
Los amplios pasillos,
con más o menos decoraciones,
sendas que abren paso,
entre amplias habitaciones.
En los castillos ya no hay espadas.
Muchos murieron peleando en algunos,
en otros pocos metales se cruzaron,
derramando la sangre de las almas.
Amo los castillos,
testigos de lejanos tiempos.
Generalmente rodeados de soledades,
como yo.
Algunos con amplios jardines,
otros envueltos de ciudades.
Como sea que estén
¡que vivan siempre!