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Bandy sobreviviente de Auschwitz

 

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El escritor Samuel Akinín nos relata de  historias de sobrevivientes judíos en este escrito, testimonio de Bandy un sobreviviente de campos de concentración

 

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Auschwitz

 

Primero un texto extraído de un mail a modo de introducción también que me envió Akinín, que es el entrevistador del sobreviviente de Auschwitz de la historia (Auschwitz) que está luego de este párrafo.

 

Esta es la historia de un señor judío que te explique antes, estuve casi tres años llamándolo para hacerle la entrevista y se negaba, luego de ello, un día, cercano a la fiesta del día de las madres, engañe a su secretaria diciéndole que era un ejecutivo del principal banco de Venezuela, ella me dejó pasar, al estar frente a su escritorio, el cual estaba lleno de papeles, me miró con extrañeza, y preguntó que era lo que quería, le dije que hacerle la entrevista, no me invitó a sentar, me tuvo parado un rato, me dejó saber que estaba full de trabajo y que por motivo de las fechas y de todo lo que tenía que hacer no podría atenderme, que le dejará mi número de teléfono que el me llamaría mas adelante.

Me negué, le dije que me quedaría a esperarlo hasta que el terminara, que siendo las diez de la mañana que el escogiera la hora, que yo me quedaría parado esperando hasta que a el le viniera bien, y que lo único que le pedía era que diéramos comienzo a la misma, que si luego de ello no le parecía o no le agradaba, ya esa seria su decisión.

Sin inmutarse, me dijo que me fuera a esperar a otra oficina, una que quedaba cerca de esa, y que como todas eran visibles, pues las paredes eran de cristal transparente, el me llamaría en cuanto se sintiera libre, pero que no creía serian antes de las seis de la tarde.

Me fui, tome una revista, y casi dos o tres horas después me llamo, de nuevo se repitió la misma imagen, yo parado frente a el, y no me senté, pues no fui invitado a hacerlo. Se volteo, abrió una pequeña caja fuerte que había a su espalda, sacó unas cajitas de fósforo de esa que contienen cerillas de madera y me la acercó a mi mano. Me pregunto, -"¿Que crees que hay dentro de estas cajitas?". La tomé, y por mas que mi imaginación se puso a trabajar a millón, no pude decir absolutamente nada, el ya no espero mas, me dijo que eran las cenizas de los cuerpos de los judíos que habían quemado en los crematorios y que posiblemente alguna de ellas podrían ser hasta de su propios padres. Sin nada que decir, brotaron a mares las lagrimas en mis ojos. No me pude contener, fueron momentos de silencio llenos de una carga indescriptible de sentimientos y de dolor. A ese punto, Bandy, aprobó mi actitud, y me dijo como con un aire de consuelo: -"Igual ahora si podemos dar comienzo a nuestra historia, ahora si se que estas preparado para ello".

Vale la pena aclarar que mi condición de ciudadano español me hacia ver como ajeno a los sentimientos que conllevó la persecución, y el exterminios de los judíos, ellos, los judíos polacos, tenían la creencia que eso no nos importaba, que no le dimos en ningún momento la atención adecuada, y que éramos ajenos al sufrimiento que ellos pasaron.

Hoy, Bandy es uno de mis mejores amigos, nos hablamos y salimos a comer algunas veces al mes. Y una escultura que se esta haciendo en Paris para rememorar el ultimo tren que partió rumbo a los campos nazis, una obra que tendrá 150 esculturas de personas caminando en el anden hacia el tren, el escultor venezolano Julio Cesar Briceno que representará a uno de los cuarenta países dentro de la producción de la escultura, escogió la figura de Bandy y de sus dos amigos, caminando con uno de ellos recostado en uno de sus hombros, dormido.

 

Auschwitz

Muere mi padre Eugen Steiner en el año de 1.937, mi madre Bella Steiner Berger queda viuda con tres hijos, yo, el mayor con catorce años, mi hermana Alice cinco años menor, y mi hermanito Fredy con apenas cuatro años de edad. Mi familia había quedado acomodada gracias a mi padre. Vivíamos en Satmar, teníamos una granja con aproximadamente 80 vacas de muy buena raza, teníamos suficientes ahorros, prendas de valor y una bonita propiedad.

 

Éramos una familia judía, respetuosa de nuestras costumbres, de nuestra religión y muy unida, mi madre había nacido con el siglo, era una mujer sumamente especial para con sus hijos, nos cocinaba por separado lo que a cada uno le gustaba, nos mimaba más de la cuenta, nos complacía en todo, jamás nos contradecía; sabía que la falta de un padre para un hijo era irremplazable, y hacía todo lo humanamente posible para complacernos. Yo era sumamente malcriado y escrupuloso, no me atrevía a probar bocado fuera de mi casa, era una mala costumbre que a la larga me hizo mucho daño. Mis tíos ayudaban a mi madre en el cuido de la granja, de las cosechas, en el ordeño y cuidado de las vacas y velaban por nosotros.

 

Cuando cumplo diez y ocho años, la situación en Satmar empeora, el alcalde de la ciudad llamado Csoka era también granjero en varias oportunidades lo vi espiando a nuestros animales, sabía que nos envidiaba por nuestras  vacas, así que un día me le presenté en su despacho y le ofrecí un negocio muy tentador, las mejores cincuenta vacas mías a cambio de que me consiguiera un puesto gubernamental oficial, o sea asignado desde Budapest. Para facilitarle su trabajo, le dije que  me nombrara perito oficial de guerras químicas, en el momento ese era el temor que reinaba, se pensaba que los rusos bombardearían con productos químicos. Fue tan lógica mi explicación que su carta de solicitud sobre mi nombramiento la aprobaron en un tiempo récord. Así nuestras vacas se mudaron de casa.

 

Al recibir el nombramiento, se hizo una ceremonia especial, estuvieron presentes, miembros del cuerpo de bomberos, del hospital, de la policía, de la Alcaldía y otros funcionarios. Se mandó copia a las distintas dependencias para que en caso de necesidad y de la supuesta guerra química, se pusieran bajo mis órdenes, no se imaginó nunca el Alcalde a la cantidad de personas que pude ayudar gracias a mi nuevo cargo. Entre otros debo mencionar al gran Rabino de Satmar, al Rab Joel Taitelbaum, a quien dentro de una ambulancia lo llevé a un punto seguro,  luego pasó a Rumania y luego de la guerra siguió a los Estados Unidos. A la gran mayoría lo que les hice fue reglamentarles sus papales para que se pudieran residenciar en Satmar, algunos eran perseguidos en sus países y así lograron evadirse. Eso solamente justificó con creces el precio que le pagué al Alcalde, muchos salvaron sus vidas desde Satmar.

 

El día 07 de septiembre de 1.939 fuimos obligados a encender las radios, no podíamos caminar frente a un alemán portando sombrero, debíamos de quitárnoslo y saludar a los alemanes, Además los judíos debían de llevar una banda en brazo izquierdo con la estrella de David. Los judíos no podían ser encontrados afuera del gueto, después del toque de queda, de hacerlo simplemente los alemanes cobraban el desafío con la vida.

 

Bajo las órdenes de los alemanes, los húngaros obligaron a abandonar a los judíos  sus casas, los evacuaban y tan sólo les permitían llevarse algunas pertenencias, los ubicaban en un pequeño sector de la ciudad llamado gueto que comprendía unas dos cuadras, en esas edificaciones metían solamente a los judíos, y para poder darles cabida, colocaban entre veinte y treinta familias por apartamento. Esta zona había sido amurallada con una pared a todo su alrededor de unos tres metros de altura, y la única vía de acceso estaba controlada por oficiales húngaros y por un comandante de la SS.

 

Llegó el momento de llevarse a mi familia al gueto, hice hasta lo imposible para salvarla, logré que mi amigo el alcalde me diera una orden oficial para exceptuarlos de ese paso, pero el oficial alemán desconoció su valor. Por meses iba y venía al gueto, les llevaba comida, compartía con ellos mucho tiempo, pensábamos en que pronto se normalizaría la situación, pero las cosas iban de mal en peor.  Mi banda en el brazo me acreditaba como oficial del Ministerio de la Defensa, decía Excepcionado, tenía ya veinte años y fuera del gueto me sentía poderoso.

 

Por mi trato con el cuerpo de bomberos y con los hospitales, hice una bonita amistad con un veterinario cuya clínica quedaba a espaldas del gueto, este médico con las mejores intenciones para con mi hermana a la que conocía de vista, luego de enterarse de que seríamos evacuados y llevados a Alemania a campos de exterminio, me dijo que se quería desposar con ella, para eso, tenía un plan casi perfecto, si yo ayudaba a saltar a mi hermana encima de su techo a cierta hora entre las 2 y las 4 de la madrugada, hora en la que él sabía no había vigilancia, la recogería y la protegería. Ese día dentro del gueto puse al tanto de los acontecimientos a mi familia, les hablé de los campos de trabajos forzados, de las masacres, de las cámaras de gas y del incierto futuro. Los argumentos no lograron separar a mi hermana de mi madre, ella era lo más importante para nosotros, yo mismo no me convencí que hubiera sido mejor el quedarse.

 

Un alto funcionario alemán me dijo que a los judíos los llevaban a Polonia y ahí ya no tenían futuro, fue tal mi temor, que apenas terminé de hablar con él, me dirigí al gueto. En los guetos había un comité comandado por los respetables de la comunidad, fui directamente a hablar con dos de ellos y dos mujeres, les conté lo que sabía, todo lo que se decía, lo que me había afirmado. lo único que hice fue despertar su rabia, su histeria, no querían oír detalles, no querían creer, me prohibieron seguir divulgando la noticia, pienso, no querían crear pánico.

 

Ante la negativa de mi hermana comencé a tomar mi decisión, recogí todas las prendas de valor que teníamos en nuestra casa. Entre las cosas, tome  doce de las monedas de oro las pude esconder en mis zapatos con una costura especial que les mandé a hacer, en mis pantalones tenía bolsillos secretos en donde guardé otro tanto de joyas, y previendo que algún día regresaría hice una mochila con las demás cosas de mayor tamaño; platería, pulseras, camafeos y otros y en la noche sin que nadie me viera la metí en el pozo de agua de nuestra casa. Cuando años después regresé ya no estaban, supongo que a alguien se le ocurrió lo mismo que a mí y al buscar en el pozo la encontraron. Ya preparado iba muy a menudo al gueto con comida, hasta que llegó el día que deportaron a mi familia, claro que me uní a ellos por mi propia voluntad, jamás los dejaría solos.

 

Nos montaron en un tren, los vagones eran para el transporte de animales, no teníamos ningún tipo de comodidades, pero el sentirme acompañado de mi familia, de mi madre, mi hermana, de mi hermanito Fredy, de mi abuela materna y de mis tíos, me confortaba, esos tres días de camino, fueron para mí imborrables, el amor que nos prodigaba mi madre, aminoraba cualquier tipo de dolor. La comida que por días estuve llevando al gueto, nos sirvió para alimentarnos durante el trayecto, en nuestro caso específico el hambre no nos acompañó en el tren.

 

A las diez de la mañana del día tres de junio de 1.944 llegamos a BIRKENAU, campo de recepción, de distribución y de tránsito, bajamos de los vagones como bestias, los judíos y los Tziganer (Gitanos) encargados de recibirnos y ponernos en fila no tenían ningún tipo de atenciones, eran sumamente bruscos, debían de terminar su labor cuanto antes, de lo contrario de llegar el próximo tren y no haber terminado con éste, ellos serían castigados por los alemanes. Por su mismo trabajo hoy entiendo, su falta de cuidado, su poca atención, no podían perder su tiempo dando explicaciones, eso les podría costar la vida.

 

Nos colocaron en dos filas, la de hombres y la de las mujeres, con una bendición y un beso me despidió mi madre luego de decirme que me cuidara, a ella por tener más de cuarenta años y aparentar más debido a su sufrimiento la enviaron a la cámara de gas y luego a los crematorios al igual que a casi toda mi familia, los únicos que nos salvamos en esos días fuimos; mi tío, mi hermana y yo. Al llegar nuestro turno en la fila de los hombres, a unos nos mandaron para un lado y a los otros, débiles, enfermos, o ancianos a las cámaras de gas.

 

El primer día en BIRKENAU no nos dieron de comer, dijeron que no deberíamos de beber el agua ya que ésta estaba contaminada, fue un día de ayuno obligatorio, el segundo día fue igual, al tercer día nos mandaron poner en fila de a cinco, nos entregaron un plato sopero con un agujero en el borde, había una olla gigante, de la cual sacaban un cucharón de sopa, le servían al que estaba de primero en la fila y luego al segundo y así hasta que me llegó mi turno en el quinto puesto, por increíble que parezca, era la primera vez en mi vida que comía algo que no me había sido preparado por mi madre, mis escrúpulos, y mi mente fueron pisoteados de una sola vez.

 

 Fueron seis los días que pasé en BIRKENAU, en el último día nos hicieron formar,  diez filas enormes, nos asignaban un número lo anotaban en una libreta y este era tatuado en nuestro brazo izquierdo, me asignaron el número A-13022, estaban repitiendo la serie  A, de nuevo en el año de 1.944. Con unas agujas enormes llenas de tinta indeleble, nos tatuaban la numeración y a su vez nos daban un triángulo de tela amarilla con el mismo número impreso que debíamos de colocarnos en el pecho con la punta del triángulo hacia abajo. Como gracia esa noche traté de borrarme la letra con una hojilla que tenía y lo único que logré fue una infección que duró varios días. Ese día fuimos llevados a pie a Auschwitz, éste estaba a unos diez kilómetros de distancia, al llegar inmediatamente comenzó la selección, tuve la suerte de encontrarme con conocidos de Satmar, eran seis mecánicos de motores. Esto me inspiró para el momento en que me preguntaron ¿cuál era mi oficio?.

 

Al igual que mis amigos dije ser mecánico, algo de conocimiento tenía, a mi motocicleta le hacía personalmente las reparaciones. Cuando  les llegó el turno a mis amigos, un oficial alemán les hizo algunas preguntas, tal vez por la falta de conocimiento del idioma alemán, no supieron darse a entender, no aprobaron el examen, fueron enviados a trabajar a las minas de   carbón, ninguno logró sobrevivir. El oficial alemán me preguntó cómo funcionaba  el Kumplug, (embrague, conocido en algunos lugares como cloche), le dije, y pasé la prueba, de inmediato me enviaron al bloque con otros mecánicos polacos, de ahí me asignaron la tarea dentro de un taller mecánico gigantesco con más de veinte mil metros de extensión, debía engrasar los motores   de los camiones y de las motos.

 

La rutina dentro de Auschwitz era de lunes a sábado; toque de diana a las cinco, como si se tratara de un cuartel, los músicos judíos a esa hora eran obligados a tocar  trompetas, el desayuno a las seis, un plato de agua negra caliente imitación de café, luego el Appel (conteo), comenzaba la banda la música y al trabajo, a mediodía, sopa con un mendrugo de pan y a las seis de la tarde regreso al campo, de nuevo el Appel, la música y un plato de sopa con un pedazo de pan, debo de reconocer que en Auschwitz, todo estaba limpio, se notaba el aseo, no puedo aprobar su bestialidad, pero reconozco su orden. Desde la siete hasta casi las ocho de la noche, nos era permitido desplazarnos dentro del campo, visitábamos los demás bloques con la esperanza de conseguir a un familiar, o amigo con quien poder hablar, transmitir nuestros sueños o compartir nuestra fe, luego a las ocho el toque de queda, bajo ninguna circunstancia se podía salir. Los domingos, no trabajábamos, nos ocupábamos de nuestra limpieza de lavar nuestro uniforme y de hacer visitas. En resumen una persona, se sentía hambrienta y temerosa todo el tiempo, no   pensábamos en el futuro, en el mañana, lo más importante, era haber sobrevivido y pasado el apel del día que nos garantizaba esa noche que por lo menos contábamos con otro día más.

 

El contarme hoy como un sobreviviente, me extraña inclusive a mi mismo. Lo que pasamos durante el Holocausto, es algo por demás increíble, sin importar lo que se pueda leer,  ver en las películas o demás. La realidad era muy cruel. Muchos de los que tuvieron la misma suerte que yo, fue simplemente, por conocer alguna profesión que en un momento determinado era útil para los alemanes.

 

En mi trabajo me desempeñaba bien, tanto que  un oficial de la SS se me acercó un día, me felicitó me dijo llamarse Zimerman, ser de Presburg, me premió con un rato de descanso, juraría que este hombre era o descendía de familia judía, vi compasión en sus ojos, demostraba su desacuerdo con el régimen, pero ante todo, era militar. En varias oportunidades se acercó a mi sitio de trabajo y entablamos una buena amistad, mis conocimientos de religión le llamaron mucho la atención y se podría decir que le servían para descargar su culpa. Me dejó bien en claro que mientras pudiera velaría por mi salud, que no me preocupara durante su guardia, que descansara lo necesario. Hoy puedo contar mi pasado gracias a su ayuda, lo busqué en distintas oportunidades luego de la guerra para resarcirle sus atenciones pero no lo encontré.

 

Estando en el taller en una oportunidad empujando a un camión descompuesto, una de las ruedas traseras, pisó mi talón y me hizo mucho daño, no podía dar ni un solo paso, eso en Auschwitz era castigado con la muerte, ellos tenían tantos reemplazos que les salía más barato deshacerse que tener que cuidar a un herido. Mi amigo Zimerman demostró con hechos lo dicho, con una camioneta me mandó a recoger, me envió a la enfermería y me medio enyesaron el pie. Organizó para que al momento del Appel no me echaran de menos, logró que el médico me atendiera con esmerada atención y me dejara internado esa noche. A la mañana siguiente me recogió con un camión porque se había enterado que ese día en el hospital harían selección. (mandaban a la cámara de gas a los enfermos no útiles).

 

Luego de habernos hecho pasar todo tipo de calamidades en el campo de concentración de Auschwitz y al verse perdidos, los alemanes, deciden no dejar testigos vivos de las atrocidades cometidas contra gente inocente,   lo que había hecho y contra quienes había actuado, su pasado era una mácula imborrable, el mundo les pasaría cuentas imposibles de explicar, las masacres realizadas por esos antijudíos, su práctica " natural" de sacrificar a millones de hombres, mujeres y niños, no lo perdonarían los demás pueblos ni la historia. Tenían que aprovechar los últimos minutos de poder que les quedaban, no podían detener la máquina infernal del crimen, no había saciado su hambre asesina, sus instintos bestiales no conjugaban con la paz que se avizoraba, su pasado era demasiado tétrico para mostrarlo, nosotros los sobrevivientes éramos una prueba demasiado contundente como para permitírsenos vivir,   hablar, o atestiguar.

 

Auschwitz estaba compuesto de treinta bloques (BLOKE-WERCHE) cuyas fachadas de ladrillos rojos se asemejaban a la gran mayoría de las edificaciones de la Europa de mitad de siglo, estos ladrillos daban cierta protección al interior, de los cambios de temperatura durante las distintas estaciones. Cada bloque tenía tres pisos y éstos a su vez estaban divididos en cuatro cuartos usados como dormitorios y aproximadamente tenían cien camas literas de tres y de cuatro pisos cada una, al comienzo dormía una sola persona por cama, luego hubo meses en que llegamos a dormir hasta cuatro personas por cama y al final en algunos bloques sacaron,  las literas e hicieron que la gente durmiera  sentada en el suelo para darle mayor cabida, lograron meter a más de dos mil prisioneros en vez de los trescientos o cuatrocientos que era su máxima capacidad, la mayoría de los prisioneros éramos judíos pero también había criminales alemanes, homosexuales alemanes. que diferían de su supuesta raza especial aria, gitanos alemanes y prisioneros rusos.

 

En el bloque que me tocó, la mayoría eran polacos, no judíos, éstos además de las reglas del campo tenían sus propias reglas, no permitían visitas, no permitían robos bajo pena de muerte, no permitían soplones, exigían limpieza en el bloque, etc., una noche a eso de las siete y media, cuando deberíamos prepararnos para el toque de queda, veo que entre ellos se comienzan a golpear, uno le pegaba a otro una cachetada y éste a su vez le pegaba a otro en una pierna y con la misma le pegaba a otro en un brazo, parecía una especie de rito, la supuesta pelea no era entre dos, era en cadena, no se notaba rabia, no había enfado, me acerqué a uno de ellos y le pregunté qué era lo que pasaba, me dijo que se había enterado que al otro día habría selección. Menguele y sus ayudantes una vez cada tres o cuatro semanas hacían personalmente una revisión en los bloques, en el hospital tanto en BIRKENAU como Auschwitz, y todo aquel que diera la impresión de debilidad, o enfermedad le anotaban su número y éste sabía que al otro día le tocaba la cámara de gas y luego el crematorio. Lo que se pretendía con esta golpiza, era darle color a la piel, al rostro, de esa manera en el momento de la selección lucíamos rojizos supuestamente bien alimentados y por supuesto fuertes, que al fin y al cabo era lo que ellos buscaban. Vi a muchos de los polacos que me acompañaron ser anotados durante las selecciones, Menguele en Auschwitz, no hacía mucha diferencia en si eran judíos o no, para él lo más importante era aprovechar los mejores momentos del hombre esclavo, como nazi, ellos se consideraban la raza pura, la aria, los demás éramos sus esclavos y a la larga sobrábamos.

 

Todas los días a las cinco de la madrugada el Stuben Eldest, el capo, (prisioneros judíos, alemanes, o rusos encargados del orden dentro del campo cuya maldad era premiada por los nazis con ciertas prerrogativas, había uno en cada cuarto, los alemanes jamás tenían contacto con nosotros) tocaba una campana, era la señal para despertarnos y prepararnos para el trabajo. Luego del suculento desayuno un poco de agua sucia (supuesto café)   íbamos al trabajo comenzábamos a las seis de la mañana, antes de salir, había en la puerta del bloque un grupo de Heftling, (judíos músicos) prisioneros   como nosotros, encargados de tocar marchas todos los días tanto en la mañana a la salida, como en la noche a las 6 al regresar al bloque, había toque de queda a las 8 de la noche, luego de esa hora no nos era permitido estar fuera del bloque, tenían todo el campo custodiado y alumbrado con reflectores. En la mañana al salir del campo, éramos contados y a nuestro regreso en la noche también, no podía  haber  diferencia alguna, las tres zonas de seguridad no permitían ningún tipo de fuga y de haber algún rezagado los perros amaestrados o una simple bala se encargaban de él.

 

Un día trajeron  a cien prisioneros de Hungría, eran criminales, de la peor calaña, en el taller, yo me encargaba de engrasar los motores de   motos y de camiones, vi a  uno de ellos robar Metan gas, (producto usado como combustible con cierta mezcla de alcohol)   con una manguera chupaban el metan gas de los tanques de los camiones llenaron una vieja botella y luego se la bebieron, por más que les advertí de que no la tomaran, no me hicieron caso. Pasaron   ocho días y quedaron ciegos y al igual que a los judíos que no tenían fuerzas para salir al trabajo, éstos al haber perdido la visión, ya no les eran útiles a los alemanes y aunque no eran judíos los enviaron a las cámaras de gas. Esa era la costumbre, cualquier débil conocía su futuro, la presión del sistema era monstruosa.

 

16 de enero de 1.945, en el campo había una gran confusión, el estallido de  bombas se oía con mayor intensidad, supimos que los rusos se acercaban, venían del este, se notaba que algo pasaba, se comenzaba a sentir en el ambiente cierta esperanza, entre los SS había gran nerviosismo, fue la primera noche que regresamos del trabajo al bloque y no había música, no hubo Appel, se notaba que algo estaba pasando. Esa noche no pude dormir, comencé a soñar despierto. En mis zapatos tenía 12 Napoleones, (monedas de oro de aproximadamente unos tres centímetros de tamaño), empecé a imaginarme que ya no sólo me servirían para ayudarme a sobrevivir,   sino que también las podría usar para vivir.

 

El día diecisiete de enero, pasó lo increíble, abrieron un almacén  del tamaño de uno de nuestros bloques, éste quedaba al lado de la cocina y estaba repleto de   ropas. Nos autorizaron a que tomáramos toda la ropa que queríamos, que nos quitáramos el pijama de prisionero, y que podíamos tomarnos un baño. Al entrar a los depósitos, me impresioné, había cientos de miles, miles y miles de todo tipo de ropas, éstas pertenecieron en su momento a los judíos que había pasado por Auschwitz, pude en ese instante visualizar el daño infligido a mi pueblo, y aunque había sido testigo presencial de muertes y asesinatos, no fue sino hasta ese momento, cercano a una supuesta libertad en que tuve consciencia de la magnitud de los   daños.

 

Mi sitio de trabajo, quedaba a escasos cien metros de las cámaras de gas, era  un suplicio diariamente el escuchar a miles y miles de personas en su agonía, luego reinaba el silencio, e inmediatamente los crematorios cumplían con su trabajo, la pestilencia de los cuerpos al quemarse y sus gritos ante las duchas de gas, son cosas que persisten en mi mente, son un recuerdo vivo de un pasado muerto.

 

En el final de mis días dentro de Auschwitz, vi que mi tío se estaba debilitando, logré ahorrar mi pedazo de pan y esa noche fui hasta su bloque para obsequiárselo, era la única forma que tenía de ayudarlo, al llegar no encontré la alegría con que siempre me recibía, por el contrario, sus amigos denotaban mucha tristeza en sus rostros, no me pude imaginar qué pasaba, yo venía con mi pedazo de pan y con muchas esperanzas, encontré mucho dolor y poca fe, me acerqué a su cama, lo besé y me recibió con besos y bendiciones, me agradeció mi sacrificio, pero no me lo aceptó, me contó que ese día lo había seleccionado y siendo el próximo día su último día, me dijo no necesitarlo, que me lo comiera yo para que no me pasara lo mismo que a él. Esa noche lloré como un niño.

 

Los músicos tocan la marcha, comienza el Appel, nos presentan un espectáculo macabro, Menguele y su ayudante Kaduch, tienen a tres prisioneros listos para ser colgados, fue preparado como escarmiento, para que los viéramos, al compás de la música, como un ritmo satánico los guardias se movían y comenzaron la ejecución. Nos mostraron toda su maldad, se jactaban de ella, se sentían muy orgullosos de lo que iban a hacer, sus mentes debían de estar poseídas por el mismo demonio, ya colgados, a uno de los tres se le rompe la cuerda y cae al suelo, pense le sería perdonada la vida gracias a su suerte, cuán equivocado estaba, Kaduch sacó su revolver y de un tiro lo mató.

 

Durante los últimos meses me había  convertido en compañero inseparable de dos hermanos de campo, Smuli Stern y de Sruli Szegal, en conjunto formábamos un trio complementado, yo tenía mis Napoleones y ciertos conocimientos, ellos eran el complemento poseían la fuerza, a su lado me sentía superprotegido, ellos a su vez me escuchaban. Dentro del almacén de ropas comencé a razonar lo que debíamos de llevar, lo primero que dije fue que no nos cambiáramos de zapatos, para ese consejo, tenía dos explicaciones, una mis monedas, la otra, suponía que comenzaríamos una gran caminata, que en nada nos beneficiaría adaptar nuestros pies   a nuevos zapatos cuando estábamos en pleno invierno y la nieve cubría en más de cincuenta centímetros todas las vías.

 

Comenzamos a escoger, lo primero fueron los calcetines, en el campo no nos  era permitido su uso, a veces cuando lograba encontrar cualquier pedazo de trapo, lo ponía dentro del zapato debajo de la planta del pie, esto me servía para amortiguar la molestia que me causaban las monedas, luego les dije que no cogiéramos abrigos por lo pesado de éstos, que lo más práctico sería unos buenos suéteres, un par de camisas, un par de interiores, pantalones de lana para que nos abrigaran y que escogiéramos las franelillas más largas para que nos calentaran interiormente y dos suéteres extras para  ser usados como mochila, en caso de tener algo que transportar.

 

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Nota:

FUENTE: BERTALAN "BANDI" STEINER BERGER.

Samuel Akinín Levy

 

 

 

 

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