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El Grupo de los Diecinueve Jóvenes y la Primer Puerta.

Autor Javier R. Cinacchi


Es la página 98 del libro.
Se alejan apresurados. Pablo y David se contrarrestan mutuamente. David con su paz, y Pablo con su deseo de pelear ante sentir los atacan. No obstante, parece ser se evitó le hagan daño a Esperanza, quien dice:

—Sentía la vida se iba de mí, estoy muy asustada chicos, ¡Sentía que me moría!

—¡Kiai! —grita Pablo muy fuerte, interrumpiendo y perdiendo un instante el control del auto.

Los vidrios de éste, se transforman en pequeños cuadraditos derramándose al pavimento, rozando por fuera la descolorida chapa, como si el grito los hubiera golpeado. Pablo frena y vuelve a acelerar. David y Esperanza tienen sus manos en los oídos por el sobresalto del grito. Dejando esta postura David le dice a Pablo con voz de enojado.

—¡Por qué demonios hacés eso!

—Oh no… —dice Esperanza desmayándose.

Realmente están llamando tremendamente la atención, cosa que no desean hacer ¿Qué explicación darían si no comprenden lo que ocurre? ¿Que tienen superpoderes?

—Detené el auto —murmura suavemente David como si su voz fuera provocada por brisa de aire de aleteo de aves:— Esto es demasiado, acá se calman todos.

—Ya-me-can-sé …De ustedes dos —dice Esperanza incorporándose nuevamente en sí.

Comienza a volverse negro el cielo por nubes formándose muy rápido. A Esperanza se la ve totalmente concentrada.

Pablo continua avanzando unas cuadras hacia donde no llamen la atención. Más relajado, temeroso y sin saber bien qué hacer, continúan alejándose. Llegan a una calle poco transitada sin que alguien los mire, allí detiene momentáneamente el auto.

Llueve muy fuerte. En ese momento Esperanza enojada se coloca el anillo, a lo cual Pablo y David sienten un breve temor y se miran.

La lluvia se vuelve muy fuerte, gotas de agua caen como si piedras de agua lanzadas por la nube fueran. El día prácticamente se vuelve así, al alrededor en noche. Se observan como algunos remolinos de tormenta. La lluvia cae evadiendo al auto donde están... Sólo quedan ellos en la calle. Seguramente alguien los habrá visto haciendo cosas raras, además de los desmayados que dejó David ¿Y ahora?

Es la página 99 del libro.
—No sé qué pasa… Pero somos amigos. —Murmura con susurro de brisa David. Esperanza se aplaca junto a la tormenta.

Pablo aprovecha para alejarse un poco más, encuentra un estacionamiento, allí entran. El de seguridad al verlos les dirige una pregunta.

—¿Qué les pasó a los…? —antes de poder terminar de decir esto, cae como dormido.

David baja del auto y lo acomoda, seguramente pensará fue un sueño. Pablo ya no se siente furioso habiendo dejado de sentir peligro. Confundido como sus dos amigos que lo acompañan, intenta seguir adelante. Con su auto allí llama a una grúa para llevarlos a su casa, la tormenta casi finalizó, apenas llovizna. Esperanza dice.

—Me siento muy cansada por llamar a la tormenta. Algo se fue con ella ¿No dijo El Anciano estamos protegidos hasta atravesar la primer puerta? —Pero antes que alguien pueda decir algún comentario, cierra los ojos de cansada, sumergiéndose, en tierno sueño dentro del auto.

—Ella no tenía el anillo puesto ¿Será que nos pueden atacar si no lo usamos? —pregunta Pablo a David quien responde:

—¡Qué se yo!

—Viste que el agua de la lluvia no nos tocaba, ni a este cachivache. —Dice Pablo señalando a su auto.

—Sí… Eso estuvo alucinante… Y asombroso la rapidez de la tormenta, y los remolinos esos... Pero vos…

—Es que no veía a quién. O quienes. O qué nos atacaba; aunque sentía lo hacían. Kiai, es un grito en algunas artes marciales que se utiliza para concentrarse en el instante preciso, dirigiendo la fuerza al emitir o bloquear un golpe. No podía evitarlo. Como un reflejo, no sé... Creo defendí de algo. A Esperanza algo le pasaba.

—No sabía —dice David—, y lamento lo de tus vidrios. Sí, y yo no era, parecía le estaban quitando la vida, o todas sus fuerzas. Aunque en algunos instantes, sí era yo, pero sólo la dormía, a todo el que peleaba como quitando la fuerza de combate. Tampoco sé qué pasaba.


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(1) Muy dichoso aquel que no se guió por consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de burladores se ha sentado:
(2) Antes, en la Enseñanza de Yahweh está su deleite, y en su Enseñanza medita de día y de noche. Salmo 1.

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"Además, no tenía fuego, pero frotando una piedra contra otras piedras, a duras penas hice aprarecer el invisible resplandor que me salva siempre. Pues verdaderamente un techo bajo el que establecerse con fuego proporciona todo, excepto el que yo deje de sufrir" En la obra Filoctetes, por Sófocles