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El Grupo de los Diecinueve Jóvenes y la Primer Puerta.

Autor Javier R. Cinacchi


Es la página 149 del libro.
Cristian hace gestos de desconcentrarse, añade:— Sospecho tardarán horas… Mejor nos sentamos, creo son amigables. Igual atentos por las dudas…

—Sí obvio, estemos atentos —dice Juan.

—Mejor esperamos acá —dice Carla— ¿Ustedes también tienen hambre?

Se esperó charlando de lo asombroso que resulta para ellos estar allí, el aire puro, y lo raro de la ausencia de animalitos. Se aprecia en tal lugar un envolvente, extraño e inmenso silencio que se impone.

Llamó la atención una pequeña planta que pasó por delante arrastrándose. Carla dijo que era una planta, y que ella no la estaba afectando.

Continuaron charlando un poco, Cristian dice:

—Veo, tres o cuatro veces más lejos de cuando veía al concentrarme, antes de atravesar la puerta. Me resulta extraño donde estamos, sospecho es un lugar preparado artificialmente…

Transcurren largas horas y Cristian dice ver acercar una chica, esta se encuentra en una especie de patineta, auto impulsada sin ruedas; deja “la patineta” a unos kilómetros arrojándola donde no sea visible, y continúa acercándose a rápido paso. La describió entre versos de forma tal que más de uno deseó ser poeta para no dejar pasar el disfrute de la cotidiana belleza, especialmente los varones. Cristian:

Creo que en sus cabellos,
quedaron reflejos de estrellas.
Se entreabren sus finos labios,
de pétalos de rosadas rosas
por su respiración de agitados
aires que provocan cálidas brisas.
Quisiera respirar su aire, cercano,
pasa en su interno pecho
donde su corazón fuerte palpita...
(...)

Es la página 150 del libro.
Hablando Cristian este poema ante la atención de todos, a los minutos, se escucha que otros salen de la puerta. Sobresaltan al verlos avanzar a paso firme, y se apartan a los costados del camino para que pasen cuatro personas: un rey, pues vestía como tal, y llevaba puesta una corona, acompañado de tres caballeros. Parece ser atravesaron la puerta, teniendo el rey en alto una espada, y en tal postura continúan avanzando. Ninguno poseía un anillo, sólo el rey una espada que brilla al igual que el collar cambiante de color.

El rey los mira, pasando observa el collar de Marcos, se detiene a observar de cerca su cara de asombro mezclada de admiración.

A Marcos se le hincha el pecho de respirar profundamente. El rey detenido lo observa, parece comprender la expresión de los ojos que fijos lo miran, un joven audaz y valiente guerrero dispuesto a seguirlo. Cruzan miradas de fuego Marcos y el rey, esas miradas que nadie se atreve a interponérseles, nadie, salvo el amor.

—Marcos —dice Mónica—, por favor no te alejes de mí.

Su voz logra atenuar sus ansias, aunque Marcos se consumía por la pasión, deseando continuar tras ellos. Mira a sus otros compañeros, los cuales comprendiendo la situación, le expresan una negación con movimientos de sus cabezas.

El rey mirándolo fijo y en silencio, posa su mano un instante en el hombro de Marcos, y continúa mirándolo fijo. Al hacer esto, los tres caballeros que estaban detenidos a la espera de qué hace su rey, sacan sus espadas y le indican con gestos a Marcos, incline su cabeza; él lo hace y cuando está por doblar sus rodillas en señal de reverencia, rápidamente no se lo permiten. El rey desenfunda otra espada y suavemente golpea con su espada a esta otra, y con ésta suavemente el hombro derecho de Marcos. Le entrega la espada -replica de la que resplandece, sin ser realmente especial, aunque muy elaborada-, le dirige una cálida sonrisa, murmura inentendibles palabras, y le da un anillo que llevaba en la mano. El rey observa luego a Mónica, le dirige otra rápida mirada a ambos y sonríe asiéndose comprender. Vuelve a continuar su marcha junto con sus acompañantes, según diría luego Cristian, al castillo. Al rey se lo observaba un poco preocupado y cansado.


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En la Biblia dice:
(1) Muy dichoso aquel que no se guió por consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de burladores se ha sentado:
(2) Antes, en la Enseñanza de Yahweh está su deleite, y en su Enseñanza medita de día y de noche. Salmo 1.

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